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Águila Blanca
881. Como sucedió cuando Jesús pasó por el Paraíso, y
trajo a Abraham, Isaac y todos aquellos, ustedes saben, que
estaban esperando la primera resurrección. Ellos entraron a
la ciudad y aparecieron a muchos. (153)
882. Ahora quiero que escuchen bien. Miren. Aquellos que
el Señor me mostró, la Novia, no estaban bajo yugo de los
mártires, no, o sea el altar de sacrificio de los mártires. Pero
más bien habían recibido vestiduras blancas por haber
aceptado la gracia perdonadora de la Palabra viviente.
Cristo les había dado una vestidura blanca.
883. Por la apertura de este Quinto Sello, en este día, ha
servido para aclarar una doctrina aquí mismo, sobre la cual
quiero hablar, la doctrina del dormir de las almas. Ahora, yo
sé que hay gente aquí hoy que creen eso, que el alma duerme.
Yo creo que esto ha servido para probar lo contrario. No
están durmiendo. Están vivos. Sus cuerpos están durmiendo;
pero el alma no está en la tumba, están en la Presencia de
Dios, debajo del altar. La apertura de este Sello en este
último día, saca del cuadro eso de que las almas duermen.
¿Ven? Ellos están vivos; no están muertos. ¿Ven?
884. Noten. Hemos visto cómo ha sido abierto este Sello a
nosotros, teniendo Dios que cegar los ojos de Sus propios
hijos amados y mandarlos allá, porque Su propia justicia
demanda juicio del pecado. Sus propias leyes, Él mismo no
las puede contravenir y seguir siendo Dios. Por eso Dios tuvo
que llegar a ser hombre. No pudo aceptar un sustituto, es
decir un hijo ordinario, o algo así. Dios llegó a ser ambos, o
sea Jesús llegó a ser tanto Hijo como también Dios. Esa
era la única manera en que lo podía hacer con justicia. Dios
mismo tuvo que tomar la pena.
(153) San Mateo 27:52-54
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