Page 313 - El Señor de los Anillos
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iba de Acebeda al paso montañoso. La luna, llena ahora, se alzó por encima de
      las montañas y difundió una pálida luz en donde las sombras de las piedras eran
      negras.  Muchas  de  ellas  parecían  trabajadas  a  mano,  aunque  ahora  yacían
      tumbadas y arruinadas en una tierra desierta y árida.
        Era la hora de frío glacial que precede a la aparición del alba y la luna había
      descendido. Frodo alzó los ojos al cielo. De pronto vio o sintió que una sombra
      cruzaba por delante de las estrellas, como si se hubieran apagado un momento y
      en seguida brillaran otra vez. Se estremeció.
        —¿Viste algo que pasó por allá arriba? —le susurró a Gandalf—. Quizá no era
      nada, sólo un jirón de nube.
        —Se movía rápido entonces —dijo Aragorn— y no con el viento.
      Ninguna otra cosa ocurrió esa noche. A la mañana siguiente el alba fue todavía
      más brillante, pero de nuevo hacía mucho frío y ya el viento soplaba otra vez del
      este.  Marcharon  dos  noches  más,  subiendo  siempre  pero  más  lentamente  a
      medida que el camino torcía hacia las lomas y las montañas subían acercándose.
      En la tercera mañana el Caradhras se elevaba ante ellos, una cima majestuosa,
      coronada  de  nieve  plateada,  pero  de  faldas  desnudas  y  abruptas,  de  un  rojo
      cobrizo, como tinto en sangre. El cielo parecía negro y el sol era pálido. El viento
      había cambiado ahora al nordeste. Gandalf husmeó el aire y se volvió.
        —El invierno avanza detrás de nosotros —le dijo en voz baja a Aragorn—.
      Las  cimas  aquellas  del  norte  están  más  blancas;  la  nieve  ha  descendido  a  las
      estribaciones.  Esta  noche  estaremos  ya  a  bastante  altura,  camino  del  Cuerno
      Rojo. En ese camino angosto es muy posible que nos vean y quizá nos tiendan
      alguna trampa; pero creo que el mal tiempo será nuestro peor enemigo. ¿Qué
      piensas ahora de este itinerario, Aragorn?
        Frodo alcanzó a oír estas palabras y entendió que Gandalf y Aragorn estaban
      continuando una discusión que había comenzado mucho antes. Prestó atención,
      con cierta ansiedad.
        —No pienso nada bueno del principio al fin y tú lo sabes bien, Gandalf —
      respondió  Aragorn—.  Y  a  medida  que  vayamos  adelante  aumentarán  los
      peligros, conocidos y desconocidos. Pero tenemos que seguir; de nada serviría
      demorar el cruce de las montañas. Más al sur no hay desfiladeros hasta llegar al
      Paso  de  Rohan.  Desde  tus  informes  sobre  Saruman,  no  me  atrae  ese  camino.
      Quién  sabe  a  qué  bando  sirven  ahora  los  mariscales  de  los  Señores  de  los
      Caballos.
        —¡Quién sabe, en verdad! —dijo Gandalf—. Pero hay otro camino, que no
      es el paso de Caradhras: el camino secreto y oscuro del que ya hablamos una
      vez.
        —¡No volvamos a nombrarlo! No todavía. No digas nada a los otros, te lo
      suplico, no hasta estar seguros de que no hay otro remedio.
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