Page 329 - El Señor de los Anillos
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—Tenemos que llegar a las puertas antes que oscurezca —dijo Gandalf— o
      temo que no lleguemos nunca. No están lejos, pero corremos el riesgo de que
      nuestro camino sea demasiado sinuoso, pues aquí Aragorn no nos puede guiar;
      conoce poco el país y yo estuve sólo una vez al pie de los muros occidentales de
      Moria y eso fue hace tiempo—. Señaló el lejano sudeste donde los flancos de las
      montañas  caían  a  pique  en  hondonadas  sombrías.  —Es  allá  continuó.  En  la
      distancia alcanzaba a verse una línea de riscos desnudos y en medio, más alta
      que el resto, una gran pared gris—. Cuando dejamos el paso os llevé hacia el sur
      y no de vuelta a nuestro punto de partida como alguno de vosotros habrá notado.
      Era mejor así, pues ahora tenemos varias millas menos que recorrer y hay que
      darse prisa. ¡Vamos!
        —No sé qué esperar —dijo Boromir ceñudamente—: que Gandalf encuentre
      lo  que  busca,  o  que  llegando  a  los  riscos  descubramos  que  las  puertas  han
      desaparecido  para  siempre.  Todas  las  posibilidades  parecen  malas,  y  que
      quedemos atrapados entre los lobos y el muro es quizá la posibilidad mayor. ¡En
      marcha!
      Gimli  caminaba  ahora  delante  junto  al  mago,  tan  ansioso  estaba  de  llegar  a
      Moria. Juntos guiaron a los otros de vuelta hacia las montañas. El único camino
      antiguo que llevaba a Moria desde el oeste seguía el curso de un río, el Sirannon,
      que  corría  desde  los  riscos,  no  muy  lejos  de  donde  habían  estado  las  puertas.
      Pero  pareció  que  Gandalf  había  errado  el  camino,  o  que  la  región  había
      cambiado en los últimos años, pues el río no estaba donde esperaba encontrarlo, a
      unas pocas millas al sur de la pared. Era casi mediodía y la Compañía iba aún de
      un lado a otro, ayudándose a veces con manos y pies, por un terreno desolado de
      piedras rojas. No se veía ningún brillo de agua, ni se oía el menor ruido. Todo era
      desierto  y  seco.  No  había  allí  aparentemente  criaturas  vivas  y  ningún  pájaro
      cruzaba el aire. Nadie quería pensar qué podía traerles la noche, si los alcanzaba
      en aquellas regiones perdidas.
        De pronto Gimli que se había adelantado les gritó que se acercaran. Se había
      subido a una pequeña loma y apuntaba a la derecha. Se apresuraron y vieron allí
      abajo un cauce estrecho y profundo. Estaba vacío y silencioso y entre las piedras
      del lecho, pardas y manchadas de rojo, corría apenas un hilo de agua. Junto al
      borde  más  cercano  había  un  sendero  ruinoso  que  serpeaba  entre  las  paredes
      derruidas y las piedras de una antigua carretera.
        —¡Ah! ¡Aquí estamos al fin! —dijo Gandalf—. Es aquí donde corría el río, el
      Sirannon, el Río de la Puerta como solían llamarlo. No puedo imaginar qué le
      pasó  al  agua;  antes  era  rápida  y  ruidosa.  ¡Vamos!  Tenemos  que  darnos  prisa.
      Estamos retrasados.
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