Page 326 - El Señor de los Anillos
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—¡Bien,  Gimli!  —dijo  Gandalf—.  Tú  me  alientas.  Buscaremos  juntos  las
      puertas  ocultas  y  las  cruzaremos.  En  las  ruinas  de  los  Enanos,  una  cabeza  de
      enano se confundirá menos que un elfo, o un hombre o un Hobbit. No será la
      primera  vez  que  entro  en  Moria.  Busqué  allí  mucho  tiempo  a  Thráin  hijo  de
      Thrór, después que desapareció. ¡Estuve en Moria y salí con vida!
        —Yo también crucé una vez la Puerta del Arroyo Sombrío —dijo Aragorn
      serenamente—.  Pero  aunque  salí  como  tú,  guardo  un  recuerdo  siniestro.  No
      deseo entrar en Moria una segunda vez.
        —Y yo ni siquiera una vez —dijo Pippin.
        —Yo tampoco —murmuró Sam.
        —¡Claro que no! —dijo Gandalf—. ¿Quién lo desearía? Pero la pregunta es:
      ¿quién me seguirá, si os guío hasta allí?
        —Yo —dijo Gimli con vehemencia.
        —Yo —masculló Aragorn—. Tú me seguiste casi hasta el desastre en la nieve
      y no te quejaste ni una vez. Yo te seguiré ahora, si esta última advertencia no te
      conmueve. No pienso ahora en el Anillo ni en ninguno de nosotros, Gandalf, sino
      en ti. Y te digo: si cruzas las puertas de Moria, ¡cuidado!
        —Yo  no  iré  —dijo  Boromir—,  a  menos  que  todos  voten  contra  mí.  ¿Qué
      dicen Legolas y la gente pequeña? Tendríamos que oír, me parece, la opinión del
      Portador del Anillo.
        —Yo no deseo ir a Moria —dijo Legolas.
        Los hobbits no dijeron nada. Sam miró a Frodo. Al fin Frodo habló.
        —No deseo ir —dijo—, pero tampoco quiero rechazar el consejo de Gandalf.
      Ruego  que  no  se  vote  hasta  que  lo  hayamos  pensado  bien.  Apoyaremos  a
      Gandalf más fácilmente a la luz de la mañana que en esta fría oscuridad. ¡Cómo
      aúlla el viento!
        Con estas palabras todos se sumieron en una silenciosa reflexión. El viento
      silbaba entre las rocas y los árboles y había aullidos y lamentos en los vacíos
      ámbitos de la noche. De pronto Aragorn se incorporó de un salto.
        —¿Cómo aúlla el viento? —exclamó—. Aúlla con voz de lobo. ¡Los huargos
      han pasado al este de las montañas!
        —¿Es necesario entonces esperar a que amanezca? —dijo Gandalf—. Como
      dije antes, la caza ha empezado. Aunque vivamos para ver el alba, ¿quién querrá
      ahora viajar al sur de noche con los lobos salvajes pisándonos los talones?
        —¿A qué distancia está Moria? —preguntó Boromir.
        —Hay una puerta al sudoeste de Caradhras, a unas quince millas a vuelo de
      cuervo y a unas veinte a paso de lobo —respondió Gandalf con aire sombrío.
        —Partamos entonces con las primeras luces, si podemos —dijo Boromir—.
      El lobo que se oye es peor que el orco que se teme.
        —¡Cierto! —dijo Aragorn, soltando la espada en la vaina—. Pero donde el
      huargo aúlla, el orco ronda.
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