Page 372 - El Señor de los Anillos
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muchas millas. Pues os llevaré por el camino que Gandalf eligió y mi primer
      deseo  es  llegar  a  los  bosques  donde  el  Cauce  de  Plata  desemboca  en  el  Río
      Grande y más allá.
        Miraron  adonde  señalaba  Aragorn  y  vieron  ante  ellos  que  la  corriente
      descendía  saltando  por  el  valle  y  luego  corría  hacia  las  tierras  más  bajas
      perdiéndose en una niebla de oro.
        —¡Allí están los bosques de Lothlórien! —dijo Legolas—. La más hermosa
      de las moradas de mi pueblo. No hay árboles como ésos. Pues en el otoño las
      hojas no caen, aunque amarillean. Sólo cuando llega la primavera y aparecen los
      nuevos brotes, caen las hojas, y para ese entonces las ramas ya están cargadas
      de flores amarillas; y el suelo del bosque es dorado y el techo es dorado y los
      pilares del bosque son de plata, pues la corteza de los árboles es lisa y gris. ¡Cómo
      se me alegraría el corazón si me encontrara bajo las enramadas de ese bosque y
      fuera primavera!
        —A  mí  también  se  me  alegraría  el  corazón,  aunque  fuera  invierno  —dijo
      Aragorn—. Pero el bosque está a muchas millas. ¡De prisa!
      Durante un tiempo, Frodo y Sam consiguieron seguir a los otros de cerca, pero
      Aragorn los llevaba a paso vivo y al cabo de un rato se arrastraban muy atrás.
      No  habían  probado  bocado  desde  la  mañana  temprano.  A  Sam  la  herida  le
      quemaba como un fuego y sentía que se le iba la cabeza. A pesar del sol brillante
      el viento le parecía helado luego de la tibia oscuridad de Moria. Se estremeció.
      Frodo descubría que cada nuevo paso era más doloroso que el anterior y jadeó
      sin aliento.
        Al  fin  Legolas  volvió  la  cabeza  y  viendo  que  se  habían  quedado  muy
      rezagados le habló a Aragorn. Los otros se detuvieron y Aragorn corrió de vuelta,
      llamando a Boromir.
        —¡Lo  lamento,  Frodo!  —exclamó,  muy  preocupado—.  Tantas  cosas
      ocurrieron hoy y hubo tanta prisa que olvidé que estabas herido; y Sam también.
      Tenías  que  haber  hablado.  No  hicimos  nada  para  aliviarte,  como  era  nuestro
      deber, aunque todos los orcos de Moria vinieran detrás. ¡Vamos! Un poco más
      allá hay un sitio donde podríamos descansar un momento. Allí haré por ti lo que
      esté a mi alcance. ¡Ven, Boromir! Los llevaremos en brazos.
        Poco después llegaron a otra corriente de agua que descendía del oeste y se
      unía burbujeando al tormentoso Cauce de Plata. Juntos saltaban por encima de
      unas  piedras  de  color  verde  y  caían  espumosos  en  un  barranco.  Alrededor  se
      elevaban unos abetos bajos y torcidos; las riberas eran escarpadas y cubiertas
      con helechos y matas de arándanos. En el extremo de la hondonada había un
      espacio  abierto  y  llano  que  el  río  atravesaba  murmurando  sobre  un  lecho  de
      piedras relucientes. Aquí descansaron. Eran casi las tres de la tarde y estaban aún
      a unas pocas millas de las puertas. El sol descendía ya hacia el oeste.
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