Page 371 - El Señor de los Anillos
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había construcciones de piedra arruinadas junto al camino y montículos verdes
      coronados por esbeltos abedules, o abetos que suspiraban en el viento. Una curva
      que iba hacia el este los llevó al prado de la laguna y allí, no lejos del camino, se
      alzaba una columna de ápice quebrado.
        —¡La Piedra de Durin! —exclamó Gimli—. ¡No puedo seguir sin apartarme
      un momento a mirar la maravilla del valle!
        —¡Apresúrate  entonces!  —dijo  Aragorn,  volviendo  la  cabeza  hacia  las
      puertas. El sol se pone temprano. Quizá los orcos no salgan antes del crepúsculo,
      pero para ese entonces tendríamos que estar muy lejos. No hay luna casi y la
      noche será oscura.
        —¡Ven conmigo, Frodo! —llamó el enano, saltando fuera del camino—. No
      te dejaré ir sin que veas el Kheled-zâram.
        Bajó corriendo la ancha ladera verde. Frodo lo siguió lentamente, atraído por
      las tranquilas aguas azules, a pesar de la pena y el cansancio. Sam se apresuró y
      lo alcanzó.
        Gimli se detuvo junto a la columna y alzó los ojos. La piedra estaba agrietada
      y carcomida por el tiempo y había unas runas escritas a un lado, tan borrosas que
      no se podían leer.
        —Este  pilar  señala  el  sitio  donde  Durin  miró  por  primera  vez  en  el  Lago
      Espejo —dijo el enano—. Miremos nosotros, antes de irnos.
        Se inclinaron sobre el agua oscura. Al principio no pudieron ver nada. Luego
      lentamente distinguieron las formas de las montañas de alrededor reflejadas en
      un profundo azul y los picos eran como penachos de fuego blanco sobre ellas;
      más allá había un espacio de cielo. Allí como joyas en el fondo del lago brillaban
      unas estrellas titilantes, aunque la luz del sol estuviera muy alta. De ellos mismos,
      inclinados, no veían ninguna sombra.
        —¡Oh bello y maravilloso Kheled-zâram! —dijo Gimli—. Aquí descansa la
      corona de Durin, hasta que despierte. ¡Adiós!
        Saludó con una reverencia, dio media vuelta y subió de prisa por la pendiente
      verde hasta el camino.
        —¿Qué  viste?  —le  preguntó  Pippin  a  Sam,  pero  Sam  estaba  demasiado
      perdido en sus propios pensamientos y no contestó.
      El camino corría ahora hacia el sur y descendía rápidamente, alejándose de los
      brazos  del  valle.  Un  poco  por  debajo  del  lago  tropezaron  con  un  manantial
      profundo, claro como el cristal; el agua fresca caía sobre un reborde y descendía
      centelleando y gorgoteando por un canal abrupto abierto en la piedra.
        —Este  es  el  manantial  donde  nace  el  Cauce  de  Plata  —dijo  Gimli—.  ¡No
      bebáis! Es frío como el hielo.
        —Pronto  se  transforma  en  un  río  rápido  y  se  alimenta  de  muchas  otras
      corrientes  montañosas  —dijo  Aragorn—.  Nuestro  camino  lo  bordea  durante
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