Page 366 - El Señor de los Anillos
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una gran estatura, extendiendo las alas de muro a muro; pero Gandalf era todavía
      visible,  como  un  débil  resplandor  en  las  tinieblas;  parecía  pequeño  y
      completamente solo; gris e inclinado, como un árbol seco poco antes de estallar
      la tormenta.
        De la sombra brotó llameando una espada roja.
        Glamdring respondió con un resplandor blanco.
        Hubo un sonido de metales que se entrechocaban y una estocada de fuego
      blanco.  El  Balrog  cayó  de  espaldas  y  la  hoja  le  saltó  de  la  mano  en  pedazos
      fundidos. El mago vaciló en el puente, dio un paso atrás y luego se irguió otra vez,
      inmóvil.
        —¡No puedes pasar! —dijo.
        El Balrog dio un salto y cayó en medio del puente. El látigo restalló y silbó.
        —¡No podrá resistir solo! —gritó Aragorn de pronto y corrió de vuelta por el
      puente—. ¡Elendil! —gritó—. ¡Estoy contigo, Gandalf!
        —¡Gondor! —gritó Boromir y saltó detrás de Aragorn.
        En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante
      él. La vara se quebró en dos y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora
      de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de
      los pies del Balrog y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el
      resto quedaba allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que
      se asoma al vacío.
        Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia adelante; la sombra se hundió
      y desapareció. Pero aún mientras caía sacudió el látigo y las colas azotaron y
      envolvieron las rodillas del mago, arrastrándolo al borde del precipicio. Gandalf
      se  tambaleó  y  cayó  al  suelo,  tratando  vanamente  de  asirse  a  la  piedra,
      deslizándose al abismo.
        —¡Huid, insensatos! —gritó, y desapareció.
      El fuego se extinguió y volvió la oscuridad. La Compañía estaba como clavada al
      suelo, mirando el pozo, horrorizada. En el momento en que Aragorn y Boromir
      regresaban de prisa, el resto del puente crujió y cayó. Aragorn llamó a todos con
      un grito.
        —¡Venid!  ¡Yo  os  guiaré  ahora!  Tenemos  que  obedecer  la  última  orden  de
      Gandalf. ¡Seguidme!
        Subieron atropellándose por las grandes escaleras que estaban más allá de la
      puerta.  Aragorn  delante,  Boromir  detrás.  Arriba  había  un  pasadizo  ancho  y
      habitado de ecos. Corrieron por allí. Frodo oyó que Sam lloraba junto a él y en
      seguida descubrió que él también lloraba y corría. Bum, bum, bum, resonaban
      detrás los redobles, ahora lúgubres y lentos.
        Siguieron corriendo. La luz crecía delante; grandes aberturas traspasaban el
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