Page 361 - El Señor de los Anillos
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goznes chillaron. Había a cada lado un gran anillo de hierro, pero no era posible
      sujetar la puerta.
        —Estoy bien —jadeó Frodo—. Puedo caminar. ¡Bájame!
        Aragorn, asombrado, casi lo dejó caer.
        —¡Pensé que estabas muerto! —exclamó.
        —¡No  todavía!  —dijo  Gandalf—.  Pero  no  es  momento  de  asombrarse.
      ¡Adelante todos, escaleras abajo! Esperadme al pie unos minutos, pero si no llego
      en seguida, ¡continuad! Marchad rápidamente siempre a la derecha y abajo.
        —¡No podemos dejar que defiendas la puerta tú solo! —dijo Aragorn.
        —¡Haz  como  digo!  —dijo  Gandalf  con  furia—.  Aquí  ya  no  sirven  las
      espadas. ¡Adelante!
      Ninguna abertura iluminaba el pasaje y la oscuridad era completa. Descendieron
      una larga escalera tanteando las paredes y luego miraron atrás. No vieron nada,
      excepto  el  débil  resplandor  de  la  vara  del  mago,  muy  arriba.  Parecía  que
      Gandalf  estaba  todavía  de  guardia  junto  a  la  puerta  cerrada.  Frodo  respiraba
      pesadamente y se apoyó en Sam, que lo sostuvo con un brazo. Se quedaron así un
      rato  espiando  la  oscuridad  de  la  escalera.  Frodo  creyó  oír  la  voz  de  Gandalf
      arriba, murmurando palabras que descendían a lo largo de la bóveda inclinada
      como ecos de suspiros. No alcanzaba a entender lo que decían. Parecía que las
      paredes temblaban. De vez en cuando se oían de nuevo los redobles de tambor:
      bum, bum.
        De pronto una luz blanca se encendió un momento en lo alto de la escalera.
      En  seguida  se  oyó  un  rumor  sordo  y  un  golpe  pesado.  El  tambor  redobló
      furiosamente, bum, bum, bum y enmudeció. Gandalf se precipitó escaleras abajo
      y cayó en medio de la Compañía.
        —¡Bien,  bien!  ¡Problema  terminado!  —dijo  el  mago  incorporándose  con
      trabajo—. He hecho lo que he podido. Pero encontré la horma de mi zapato y
      estuvieron a punto de destruirme. ¡Pero no os quedéis ahí! ¡Vamos! Tendréis que
      ir sin luz un rato, pues estoy un poco sacudido. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Dónde estás,
      Gimli? ¡Ven adelante conmigo! ¡Seguidnos los demás, y no os separéis!
      Todos fueron tropezando detrás de él y preguntándose qué habría ocurrido. Bum,
      bum sonaron otra vez los golpes de tambor; les llegaban ahora más apagados y
      como  desde  lejos,  pero  venían  detrás.  No  había  ninguna  otra  señal  de
      persecución, ningún ajetreo de pisadas, ninguna voz. Gandalf no se volvió ni a la
      izquierda  ni  a  la  derecha,  pues  el  pasaje  parecía  seguir  la  dirección  que  él
      deseaba.  De  cuando  en  cuando  encontraban  un  tramo  de  cincuenta  o  más
      escalones que llevaba a un nivel más bajo. Por el momento este era el peligro
      principal, pues en la oscuridad no alcanzaban a ver las escaleras, hasta que ya
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