Page 358 - El Señor de los Anillos
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—No podemos salir —murmuró Gimli—. Fue una suerte para nosotros que la
laguna hubiese bajado un poco y que el Guardián estuviera durmiendo en el
extremo sur. Gandalf alzó la cabeza y miró alrededor.
—Parece que ofrecieron una última resistencia en las dos puertas —dijo—,
pero ya entonces no quedaban muchos. ¡Así terminó el intento de recuperar
Moria! Fue valiente, pero insensato. No ha llegado todavía la hora. Bien, temo
que tengamos que despedirnos de Balin hijo de Fundin. Que descanse aquí en las
salas paternas. Nos llevaremos este libro, el libro de Mazarbul, y lo miraremos
luego con más atención. Será mejor que tú lo guardes, Gimli, y que lo lleves de
vuelta a Dáin, si tienes oportunidad. Le interesará, aunque se sentirá
profundamente apenado. Bueno, ¡vayamos! La mañana está quedando atrás.
—¿Qué camino tomaremos? —preguntó Boromir.
—Volvamos a la sala —dijo Gandalf—. Pero la visita a este cuarto no ha sido
inútil. Ahora sé dónde estamos. Esta tiene que ser, como dijo Gimli, la Cámara
de Mazarbul, y la sala la vigesimoprimera del extremo norte. Por lo tanto hemos
de salir por el arco del este, e ir a la derecha y al sur, descendiendo. La Sala
Vigesimoprimera tiene que estar en el Nivel Séptimo, es decir seis niveles por
encima de las puertas. ¡Vamos! ¡De vuelta a la sala!
Apenas Gandalf hubo dicho estas palabras cuando se oyó un gran ruido, como si
algo rodara retumbando en los abismos lejanos, estremeciendo el suelo de
piedra. Todos saltaron hacia la puerta, alarmados. Bum, bum, resonó otra vez,
como si unas manos enormes estuvieran utilizando las cavernas de Moria como
un vasto tambor. Luego siguió una explosión, repetida por el eco: un gran cuerno
sonó en la sala y otros cuernos y unos gritos roncos respondieron a lo lejos. Se
oyó el sonido de muchos pies que corrían.
—¡Se acercan! —gritó Legolas.
—No podemos salir —dijo Gimli.
—¡Atrapados! —gritó Gandalf—. ¿Por qué me retrasé? Aquí estamos,
encerrados como ellos antes. Pero entonces yo no estaba aquí. Veremos qué…
Bum, bum; el redoble sacudió las paredes. ¡Cerrad las puertas y atrancadlas!
—gritó Aragorn—. Y no descarguéis los bultos mientras os sea posible. Quizás
aún tengamos posibilidad de escapar.
—¡No! —dijo Gandalf—. Mejor que no nos encerremos. ¡Dejad entreabierta
la puerta del este! Iremos por ahí, si nos dejan. Otra ronca llamada de cuerno y
unos gritos agudos que reverberaron en las paredes. Unos pies venían corriendo
por el pasillo. Hubo un entrechocar de metales mientras la Compañía
desenvainaba las espadas. Glamdring brilló con una luz pálida y los filos de Dardo
centellearon. Boromir apoyó el hombro contra la puerta occidental.
—¡Un momento! ¡No la cierres todavía! —dijo Gandalf.