Page 359 - El Señor de los Anillos
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Alcanzó de un salto a Boromir y levantó la cabeza enderezándose.
        —¿Quién viene aquí a perturbar el descanso de Balin Señor de Moria? —gritó
      con una voz estentórea.
        Hubo una cascada de risas roncas, como piedras que se deslizan y caen en un
      pozo; en medio del clamor se alzó una voz grave, dando órdenes. Bum, bum, bum,
      redoblaban los tambores en los abismos.
        Con rápido movimiento Gandalf fue hacia el hueco de la puerta y estiró el
      brazo adelantando la vara. Un relámpago enceguecedor iluminó el cuarto y el
      pasadizo. El mago se asomó un instante, miró y dio un salto atrás mientras las
      flechas volaban alrededor siseando y silbando.
        —Son orcos, muchos —dijo—. Y algunos son corpulentos y malvados: uruks
      negros de Mordor. No se han decidido a atacar todavía, pero hay algo más ahí.
      Un gran troll de las cavernas, creo, o más que uno. No hay esperanzas de poder
      escapar por ese lado.
        —Y ninguna esperanza si vienen también por la otra puerta —dijo Boromir.
        —Aquí no se oye nada todavía —dijo Aragorn que estaba de pie junto a la
      puerta del este, escuchando—. El pasadizo de este lado desciende directamente a
      una escalera y es obvio que no lleva de vuelta a la sala. Pero no serviría de nada
      huir ciegamente por ahí, con los enemigos pisándonos los talones. No podemos
      bloquear la puerta. No hay llave y la cerradura está rota y se abre hacia dentro.
      Ante  todo  trataremos  de  demorarlos.  ¡Haremos  que  teman  la  Cámara  de
      Mazarbul! —dijo torvamente, pasando el dedo por el filo de la espada Andúril.
      Unos pies pesados resonaron en el corredor. Boromir se lanzó contra la puerta y
      la cerró empujándola con el hombro; luego la sujetó acuñándola con hojas de
      espada quebradas y astillas de madera. La Compañía se retiró al otro extremo
      del  cuarto.  Pero  aún  no  tenían  ninguna  posibilidad  de  escapar.  Un  golpe
      estremeció la puerta, que en seguida comenzó a abrirse lentamente, rechinando,
      desplazando  las  cuñas.  Un  brazo  y  un  hombro  voluminosos,  de  piel  oscura,
      escamosa  y  verde,  aparecieron  en  la  abertura,  ensanchándola.  Luego  un  pie
      grande, chato y sin dedos, entró empujando, deslizándose por el suelo. Afuera
      había un silencio de muerte.
        Boromir saltó hacia adelante y lanzó un mandoble contra el brazo, pero la
      espada  golpeó  resonando,  se  desvió  a  un  lado  y  se  le  cayó  de  la  mano
      temblorosa. La hoja estaba mellada.
        De pronto, y algo sorprendido pues no se reconocía a sí mismo, Frodo sintió
      que una cólera ardiente le inflamaba el corazón.
        —¡La Comarca! —gritó y saltando al lado de Boromir se inclinó y descargó
      a Dardo  contra  el  pie.  Se  oyó  un  aullido  y  el  pie  se  retiró  bruscamente,  casi
      arrancando a Dardo de la mano de Frodo. Unas gotas negras cayeron de la hoja
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