Page 365 - El Señor de los Anillos
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los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra y en medio
      de esa sombra había una forma oscura, quizás una forma de hombre, pero más
      grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella.
        Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y
      con  un  salto,  la  sombra  pasó  por  encima  de  la  grieta.  Las  llamas  subieron
      rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró
      en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En
      la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la
      mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas.
        —¡Ay, ay! —se quejó Legolas—. ¡Un Balrog! ¡Ha venido un Balrog!
        Gimli miraba con los ojos muy abiertos.
        —¡El Daño de Durin! —gritó y dejando caer el hacha se cubrió la cara con
      las manos.
        —Un  Balrog  —murmuró  Gandalf—.  Ahora  entiendo.  —Trastabilló  y  se
      apoyó pesadamente en la vara—. ¡Qué mala suerte! Y estoy tan cansado.
      La figura oscura de estela de fuego corrió hacia ellos. Los orcos aullaron y se
      desplomaron sobre las losas que servían como puentes. Boromir alzó entonces el
      cuerno  y  sopló.  El  desafío  resonó  y  rugió  como  el  grito  de  muchas  gargantas
      bajo  la  bóveda  cavernosa.  Los  orcos  titubearon  un  momento  y  la  sombra
      ardiente se detuvo. En seguida los ecos murieron, como una llama apagada por el
      soplo de un viento oscuro, y el enemigo avanzó otra vez.
        —¡Por el puente! —gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas ¡Huid! Es
      un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid!
        Aragorn y Boromir hicieron caso omiso de la orden y afirmando los pies en
      el suelo se quedaron juntos detrás de Gandalf, en el extremo del puente. Los otros
      se  detuvieron  en  el  umbral  del  extremo  de  la  sala,  y  miraron  desde  allí,
      incapaces de dejar que Gandalf enfrentara solo al enemigo.
        El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la
      vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring,
      fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo
      envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo y
      las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se
      movió.
        —No puedes pasar —dijo. Los orcos permanecieron inmóviles y un silencio
      de muerte cayó alrededor—. Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de
      la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama
      de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar.
        El  Balrog  no  respondió.  El  fuego  pareció  extinguirse  y  la  oscuridad  creció
      todavía más. El Balrog avanzó lentamente y de pronto se enderezó hasta alcanzar
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