Page 693 - El Señor de los Anillos
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estremecieron. En el mismo momento advirtieron al fin la agitación del aire, que
ahora era muy frío. Mientras permanecían así, muy quietos, y expectantes,
oyeron un rumor creciente, como el de un vendaval que se fuera acercando. Las
luces veladas por la niebla vacilaron, se debilitaron, y por fin se extinguieron.
Gollum se negaba a avanzar. Se quedó allí, como petrificado, temblando y
farfullando en su jerigonza, hasta que el viento se precipitó sobre ellos en un
torbellino, rugiendo y silbando en las ciénagas. La oscuridad se hizo algo menos
impenetrable, apenas lo suficiente como para que pudieran ver, o vislumbrar,
unos bancos informes de niebla que se desplazaban y alejaban encrespándose en
rizos y en volutas. Y al levantar la cabeza vieron que las nubes se abrían y
dispersaban en jirones; de pronto, alta en el cielo meridional, flotando entre las
nubes fugitivas, brilló una luna pálida.
Por un instante el tenue resplandor llenó de júbilo los corazones de los hobbits;
pero Gollum se agazapó, maldiciendo entre dientes la Cara Blanca. Y entonces
Frodo y Sam, mirando el cielo, la vieron venir: una nube que se acercaba
volando desde las montañas malditas; una sombra negra de Mordor; una figura
alada, inmensa y aciaga. Cruzó como una ráfaga por delante de la luna, y con un
grito siniestro, dejando atrás el viento, se alejó hacia el oeste.
Se arrojaron al suelo de bruces y se arrastraron, insensibles a la tierra fría.
Mas la sombra nefasta giró en el aire y retornó, y esta vez voló más bajo, muy
cerca del suelo, sacudiendo las alas horrendas y agitando los vapores fétidos de la
ciénaga. Y entonces desapareció: en las alas de la ira de Sauron voló rumbo al
oeste; y tras él, rugiendo, partió también el viento huracanado dejando desnuda y
desolada la Ciénaga de los Muertos. Hasta donde alcanzaba la vista, hasta la
distante amenaza de las montañas, sólo la luz intermitente de la luna punteaba el
páramo inmenso.
Frodo y Sam se levantaron, frotándose los ojos, como niños que despiertan de
un mal sueño, y encuentran que la noche amiga tiende aún un manto sobre el
mundo. Pero Gollum yacía en el suelo, como desmayado. No les fue fácil
reanimarlo; durante un rato se negó a alzar el rostro y permaneció
obstinadamente de rodillas, los codos apoyados en el suelo protegiéndose la parte
posterior de la cabeza con las manos grandes y chatas.
—¡Espectros! —gimoteaba—. ¡Espectros con alas! Son los siervos del Tesoro.
Lo ven todo, todo. ¡Nada puede ocultárseles! ¡Maldita Cara Blanca! ¡Y le dicen
todo a Él! Él ve, Él sabe. ¡Aj!, gollum, gollum, gollum —Sólo cuando la luna se
puso a lo lejos, más allá del Tol Brandir, consintió en levantarse y reanudar la
marcha.
A partir de ese momento Sam creyó adivinar en Gollum un nuevo cambio. Se
mostraba más servil y más pródigo en supuestas manifestaciones de afecto; pero