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LXXIII
SIEN EN
mismo tiempo y con la misma intensidad con la que le rehuimos. Esta paradoja insu- perable (propia del rito y de la muerte misma) estaría también presente de extrañas formas en esta pieza de Vallejo.
Al reflexionar asuntos como éste, Bataille se refiere también al filme de S. Einsenstein sobre México (ese maravilloso inconcluso, de esa fantástica marica bolchevique). Las escenas a las que asistimos en esa película, muestran largas procesiones de penitentes que ofrecen su dolor a la Virgen de Guadalupe, pero también nos revelan fiestas inter- minables que tienen lugar en los cementerios, sobre las tumbas y en las que el objeto de burla es la muerte calaquienta, aprisionada para siempre en una mueca ridícula hecha de dulce y pan. En nuestros rituales con la muerte, la devoción más solemne y sincera se mezcla con la borrachera más grotesca y festiva, haciendo de todo ello un concierto de difícil audibilidad, una secuencia de compleja significación, un lirismo apartado del monólogo trágico...
Como un revolcón sucio y cachondo sobre los huesos de nuestros padres.
Me parece que en gran medida Trilce -y sobre todo este poema LXXIII-, nos permite imaginar la obra de Vallejo en estos términos: un ritual que se pretende como un pre- cioso objeto serio, grave, al que se le añade su propia imposibilidad y consecuente risa. Una relación ambigua, graficada grosso modo en Los heraldos negros y Trilce. En esta última obra, una vanguardista puesta en vilo de la escritura, la materialidad de ritual cobraría enormes dimensiones. Al ser este lenguaje tan auto-referencial, tan volcado sobre sí mismo, tan aparentemente ajeno a las convenciones escriturales, pone en evi- dencia su propio mecanismo ritual: al ser lo que pretende, deja de serlo en absoluto y entonces sobreviene la risa como en este objeto LXXIII, en la que la voz poética exige meter la pata y cagarse de risa: jugar, en fin, a ser aquello que le sigue al ritual: la burla, como un guiño cómplice casi al final de todo el libro. Y esto último es lo que realmente me interesa ahora.
...
Mi padre contaba, con fuentes nunca esclarecidas del todo, que Vallejo habría perdido todo entusiasmo amoroso por una hermosa chica de la que estaba enamorado en el Perú, a partir de un curioso incidente. El desapego le habría llegado de inmediato, de súbito, al contemplar accidentalmente a la susodicha, sentada en el inodoro/indecoro- so, entablando sonoros diálogos escatológicos consigo misma.
Siempre imaginé ese inodoro idéntico al que alguna vez tendríamos que usar después con mi familia, como el resultado de una carrera ciega de alquileres desafortunados: semiderruido, ensarrado y rodeado de paredes de adobe mal emparejadas. Mal ilumi- nado. Un inodoro sumido en el desastre. Lo contemplo ahora como entonces, a la som- bra de la voz de mi padre y su relato apócrifo y me da pena. Una pena infinita. La del amor en medio de la pobreza. La del desamor en medio de la pobreza. Pero no puedo evitar reírme como una idiota de todo ese bochorno.
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