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LXXIII
SIEN EN
Porque el relato de mi padre me hacía reír.
Porque cuando lo refería una y otra vez, él también se reía.
Porque la tristeza nos hace reír de tan triste y de tan austral como somos nosotras mismas: qué mecanismo de desahogo insuperable.
Quizás Vallejo también se ríe un poco de nosotras en Trilce y sobre todo en este poema. Después de arrojarnos para siempre Los heraldos negros a la cara y antes de respirarnos con aliento fétido su España aparta de mí este cáliz, quizás en el LXXIII Vallejo se permite reír un poco, no tomarse tan en serio esta vida de mierda, apestada de nosotras mismas en medio de la nada que nos conforma/constituye: Absurdo, solo tú eres puro.
Diría para mis adentros, que en este sentido y en este poema LXXIII sobre todo, Vallejo es un poco barroco a su manera. Porque añade a su gravedad escritural “de siempre”, este jue- go con el lenguaje que se deshabita de su significado más serio sin perder densidad alguna. Porque la risa es una de las cosas más importantes de este mundo y esto ya lo sabían en el s. XVII, antes de que nos abdujera toda esa insoportable impronta romántica posterior.
P. Macherey decía eso de nuestra enferma relación con la forma, aduciendo que todo el “arte” sería barroco de alguna manera: mientras más alejada la obra de la “realidad”, mien- tras más artificiosa y sobrecargada, más cercana se presiente a sí misma de ella. Más fiel se imagina a su “objeto” de representación. He aquí un acertijo que se muerde la cola.
Como nuestros rituales.
Como nuestra relación con la muerte.
Como nuestra hegeliana negatividad en medio de la naturaleza.
Como este poema LXXIII que anuncia el triunfo de un ay sin rival, como el último aliento de un lector/ratón que se bate a duelo, que se traba, con un digitígrado de papel, por puro placer, en el lugar en el que concurren ambos sujetos, en el poema hecho evidente ante sí mismo, delatándose, burlándose un poco de la propia materialidad de su escritura.
Pero el mío es apenas un juego de palabras desordenadas en medio de uno de los objetos más complejos de nuestra poesía indoamericana, y que ahora se encarama por debajo de mis rodillas y que subiendo hasta la entrepierna me desconcierta, me seduce y me hace sudar, de dorado placer.
Vallejo tiene algo de barroco, me digo a mi misma, porque en este poema LXXIII me per- mite imaginar de lo sagrado su burla, del dolor... su risa, “siendo” el gesto que encarna eso negro irrumpiendo estrepitosamente en la luz de la escritura del propio poeta.
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