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I
SIEN EN
La vitalidad, la energía, una dinámica que trasuda por una poesía enigmática pero que también cruzó como un rayo por la breve vida de Vallejo. Ese rayo que no cesa, en alusión a otro cultor de una poesía esencial, Miguel Hernández, se encabalga en conceptos y también definiciones que arrastran la lectura entre palabras que marcan un territorio, hacen un mapeo de la escritura para expurgar, en definitiva, la sensación de existencia de un hombre, un indio peruano que forzó la máquina de la escritura legitimada y le hizo agujeros, hendiduras, la rearmó a su propia semejanza, un cholo latinoamericano que veía la universalidad del arte, de la creación poética. Toda la producción poética del autor de Poemas humanos se reconoce en esa hendidura, por lo tanto se resignifica, en el entrecruzamiento de oralidad/escritura, de esa poesía que como la canción, estaban antes de ser un arte escrito, y en el ejercicio vallejiano se fundan en ese punto de equilibrio. Vida y literatura. Vitalidad y Mortalidad. Van y vienen en lo experiencial los desgoznados trozos textuales, dislocados, desintegrados, pero surciendo un cuerpo, un cuerpo poético fundante, en donde, se sabe, también, palpita la repetida referencia biográfica.
Estas aproximaciones al poema primero pretenden relacionarse con las lecturas realizadas por los investigadores más importantes de la obra vallejiana; por eso es interesante remozar algunas de esas apreciaciones que han dado asidero a todos los demás estudios, ensayos o artículos.
Vuelvo a emplazar el “guano”, a ese “testar las islas que van quedando”, junto a la “calabrina tesórea”, el “salobre alcatraz”, la “hialóidea grupada”, o el “mantillo líquido”, para, finalmente, hacer pie en la “península” que se disloca (o se asoma y se para en equilibrio), se sale de un lugar para ocupar otro espacio, el de los restos, como todo excremento. Sin embargo, al decir del profesor Jorge Warley:
El valor de los restos, lo fértil (la creación que se aquilata, el tesoro) es la de la naturaleza del excremento. El dios rengo no puede otorgar el modo de la plenitud en el sentido de lo excepcional. A lo sumo la excepción es el orden de la sorpresa de aquel a quien lo caga un pájaro, o pisa la pila de bosta sin darse cuenta [...] Poemas irónicos, biológicos, orgánicos, poemas del hambre y de la defecación” (2002: 4).
Es válido recordar que André Coyné fue el primero en darle esa interpretación que estamos aludiendo y, por otra parte, relaciona a ese poema I con el XXV, donde una vez reaparecen “las islas guaneras”: Soberbios lomos resoplan/ al portar, pendientes de mustios petrales/ las escarapelas con sus siete colores/ bajo cero/, desde las islas guaneras/ hasta las islas guaneras./ Tal los escarzos a la intemperie de pobre fe”. Insistirá sobre la misma materia Ferrari que, en una nota referida a ese poema primero, documenta
“Escrito en la cárcel de Trujillo, verano de 1920-1921, se refiere a la defecación: ‘Cuatro veces al día, en la mañana y en el atardecer, los detenidos en la celda en que estaba
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