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I
SIEN EN
estético y comunicación, sino como revelación o conocimiento en que el poeta se descubre a sí mismo y descubre el poema en la experiencia aventurada de la creación que es experiencia de la libertad: y ésta no tiene otros límites que los que le impone la forma esencial del poema” (1990: 20-21).
Dislocar, sacar “a la lengua de los caminos trillados”, hacerla delirar, desintegrarla, aventurarse donde se entrecruza lo oído, la lengua popular, lo leído, la tradición, y prospera la innovación en la obra emergente, donde Vallejo se descubre, se desnuda, se corporiza en la propia lengua de su obra, anudándose a la libertad de su escritura. En esa libertad conquistada en la propia escritura engendra un complejo fenómeno emergente que se sostiene, incluso, en sus propias reflexiones, como explica en una carta enviada a Antenor Orrego (quién escribiera el prólogo al Trilce del ‘22) y citada por su amigo José Carlos Mariátegui: “Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística” ( : 266).
Momentos, lapsos, despliegues de los diferentes análisis que irrumpen pero chocan y se retuercen contra las fundamentaciones vallejianas, cuando él mismo señala que “No hay exégeta mejor de la obra de un poeta, como el poeta mismo. Lo que él piensa y dice de su obra, es o debe ser más certero que cualquier opinión extraña” (Vallejo, 1930: 7). Aún así se escribe, se pretende interpretar, de alguna manera u otra, sumando exhaustivos ejercicios hermenéuticos para intentar “entender” los textos “trilceados” del poeta peruano. Porque sucede, en definitiva, aquello que refiriera Jorge Luis Borges (1976) en cuanto a la situación de les lectores frente a una obra artística: “La tarea del arte es esa, transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música. Transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres”. En consecuencia, la transformación a la que nos remite la lectura de Trilce se concatena con los efectos de extrañamiento, de ser arrojados al vacío, a ese vacío en que el propio Vallejo elucubró su obra maestra, la que nos quita el sueño y nos obliga a interpretar, a recorrer sus 77 poemas numerados en “romano” de todas las formas posibles para descubrir sus secretos, su andamiaje, su cifrado.
Es que “La rebelión poética de Vallejo se moldea en la energía de su escritura, que es una energía de la condensación”, nos advierte Enrique Ballón en “La lengua: enredos de enredos de los enredos”, en su prólogo “Para una definición de la escritura de Vallejo” (1986). En tal condensación, que se abre un sistema múltiple, dialógico y polifónico, será, quizás, el enredo que tratan de desanudar los críticos y las infinitas teorías para sujetar la serie de poemas entitulados Trilce; nos anticipa que
“El resultado del sistema escritural que ha desgoznado trozos textuales de diversos orígenes, puede ahora sintetizarse en un solo texto nuevo, un solo poema cuya legibilidad intertextual reúne aquellos rasgos semánticos esparcidos intermitentemente en la escritura de Vallejo, pero tributarios de una misma isotopía: ‘sin duda alguna, hay versos en este maldito Trilce que, justamente, por derrengados y absurdos, hallan su realización cuando menos se espera. Son realizaciones imprevistas y cómicas, pero espontáneas y vitales’” (1986: XXV).
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