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XLI
SIEN EN
cargo de una nueva barbarie: una sensibilidad altamente consciente de su pobreza y su porvenir.
Es así que el recurso a la biografía de Vallejo para leer los poemas de Trilce, aun con las mejores intenciones, no aclara, sino que ofusca los poemas y la experiencia conteni- da en éstos. Luego de enterarnos de los amores con Otilia, la estancia del poeta en la cárcel, su desarraigo en Lima y la muerte de su madre en Santiago de Chuco tenemos, a primera vista, la impresión de haber dado con las claves interpretativas del poema- rio. Stephen Hart, con el candor característico de todos sus biógrafos, anota que “es legítimo interpretar Tr. XLI como una alusión a la pelea que Vallejo tuvo con Rabanal, a consecuencia de su negativa a casarse con Otilia en mayo de 1919” (2014: 98). ¿De qué forma esta indicación, aun en el caso ideal de que fuera objetivamente cierta, colabora en la interpretación de este poema? Como en toda biografía tradicional, la conexión en- tre la experiencia y la obra resulta lineal y antojadiza. Trilce, en cada uno de los poemas del libro, busca más bien desandar ese camino, pues, aunque la información propor- cionada por Espejo Asturrizaga sobre la elaboración de algunos poemas de Trilce fuera absolutamente cierta, “eso demuestra no lo que Espejo quiere confirmar, que es el ori- gen anecdótico del poema, sino lo contrario: la mecánica del lenguaje de Trilce, que procede a tachar las referencias. (...) En esos núcleos temáticos son muy importantes la muerte de la madre, la experiencia de la cárcel, su ruptura con Otilia. Esos contextos vitales demuestran la fractura de la variación poética entre experiencia y lenguaje: más que la forma de aquella, el poema es su mayor extrañeza.” (Ortega 2014: 47).
El poema no es la encarnación de la experiencia misma, sino una forma de distan- cia respecto de ésta: la consciencia del shock. Para el poema la realidad no se encuentra ya hecha y, la muerte no es, con toda su polisemia, un evento vivido en el calendario. La Muerte, destacada con mayúscula, es el nombre de un personaje más cercano al tiempo del mito que al de la biografía: “La Muerte de rodillas mana/ su sangre blanca que no es sangre.” Una muerte mítica, nutricia y maternal es la imagen que abre el poema. Es una imagen que, por cierto, encontramos reinventada dentro de un contexto erótico en Trilce XIII: “Pienso en tu sexo, surco más prolífico/ y armonioso que el vientre de la Sombra, /aunque la Muerte concibe y pare/de Dios mismo.” La muerte trílcica es una madre fecundada por Dios, de cuyo seno mana sangre blanca. Estos versos resuenan reveladoramente en algunas líneas del cuento Más allá de la vida y la muerte escrito por la misma época: “Casi podían ajárseme los labios para hozar el pezón eviterno, siempre lácteo de la madre; sí, siempre lácteo, hasta más allá de la muerte.” (2013: 351). Pero que Vallejo contemple la muerte en la figura de la madre y que el sexo de la amada guarde oscuros presagios, habla menos de una concepción fúnebre de la vida que de una exaltación erótica de la muerte. La madre es la muerte fecundada por Dios, el prin- cipio de vida –sea leche o sangre blanca– y la muerte que no muere. “Muerta inmortal” la llama Vallejo en Trilce LXV.
Trilce XLI continúa con dos fragmentos donde se escenifica una golpiza desde dos puntos de vista. La escena que comienza con “Murmúrase algo por allí. Callan” devi- ene en un acto de violencia experimentada desde las mismas costillas del sujeto lírico:
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