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COMENCÉ MI CARRERA con la cobertura de conflictos.
A partir de los 26 años, me encontré en lugares como
Kosovo, Angola, Gaza, Afganistán y Cachemira. Mi
razón para ir, me dije, era documentar la brutalidad.
Pensé que las historias más poderosas eran aquellas
impulsadas por la violencia y la destrucción. Aun-
que no se debe minimizar la importancia de llevar
una luz hacia el conflicto humano, enfocarme solo
en eso convirtió mi mundo en un cuento de terror.
Esos años en zonas de guerra me llevaron a una
epifanía: las historias sobre las personas y la condi-
ción humana también se refieren a la naturaleza. Si
escarbas lo bastante profundo detrás de casi todo
conflicto humano, encontrarás una erosión en el
vínculo entre las personas y el mundo natural.
Estas verdades se convirtieron en principios per-
sonales cuando conocí a Sudán, un rinoceronte
blanco del norte y, más adelante, el último macho de
su especie.
Vi a Sudán por primera vez en 2009, en el zooló-
gico Dvůr Králové de República Checa. Puedo recor-
dar el momento exacto. Rodeado de nieve detrás de
su cerco de ladrillo y hierro, Sudán pasaba por un
entrenamiento: aprendía a entrar en la jaula gigan-
te que lo llevaría unos 6 000 kilómetros al sur, hasta
Kenia. Se movía con lentitud, con cautela. Se tomó
el tiempo para olfatear la nieve. Era gentil, corpulen-
to, de otro mundo. Yo sabía que estaba en presencia
de un ser antiguo, con millones de años de evolución
(los registros fósiles sugieren que su linaje tiene más
de 50 millones de años), cuyos descendientes deam-
bularon por gran parte de nuestro mundo.
En ese día de invierno, Sudán era uno de los ocho
rinocerontes blancos del norte aún vivos en el pla-
neta. Hace un siglo había cientos de miles en África. A
principios de los años ochenta del siglo XX, la cacería
había reducido su número a cerca de 19 000. Los
cuernos de rinoceronte, como nuestras uñas, son
tan solo queratina, sin poderes curativos especiales,
pero desde hace mucho son valorados por personas de
todo el mundo como antídotos para dolencias, des-
de fiebre hasta impotencia sexual.
Cuando conocí a Sudán, el resto de los rinoceron-
tes blancos del norte estaba en zoológicos, a salvo de
la caza furtiva pero con un éxito limitado en su crian-
za. Los conservacionistas idearon un plan audaz para
trasladar por aire cuatro de ellos a Kenia. Se esperaba
que los estimulara el aire, el agua, la comida y el es-
EL ÚLTIMO MACHO DE pacio de su hábitat ancestral. Se reproducirían y su
RINO CERONTE BL ANCO DEL NORTE descendencia podría usarse para repoblar África.
LE ENSEÑÓ A UNA FOTÓ GRAFA A Cuando escuché por primera vez este plan, me
NO IGNORAR NUESTRAS CONEXIONES pareció algo sacado de una historia para niños. Pron-
CON L A NAT URALEZA … to me di cuenta de que se trataba de un esfuerzo
Y ENTRE NO S OTRO S. desesperado y la última instancia para salvar a una
especie. El zoológico Dvůr Králové, Ol Pejeta Conser-
vancy, el Servicio de Vida Silvestre de Kenia, Fauna &
Flora International, la organización Back to Africa y
TEX T O Y F O T O GR AFÍAS DE AMI VIT ALE Lewa Wildlife Conservancy trabajaron duro para
hacerposibleeltraslado.Enunanochefríadediciem-
bre,loscuatrorinocerontesdejaronelzoológico Dvůr
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