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Tan bueno como el pan




                        Pane, junto al padre Terzuolo, estaba encargado de ayudar a las Salesianas con las niñas
                     del Instituto Sevilla. Celebrarían las misas, recibirían las confesiones, predicarían en los
                     retiros espirituales, entre otras actividades religiosas.
                        Entusiasmado, el padre Pane solicitó a la famosa imprenta de los Salesianos en Sarriá
                     (Barcelona, España) algunos libros que pudieran serle de utilidad en esa labor. Serían
                     enviados a Lima y la cuenta sería pagada por los superiores de la Congregación en Turín.
                     Pero el padre Riccardi, al enterarse, se opuso: “No los creo necesarios, y no tenemos tiempo
                     ni para abrirlos”, dijo. Así que escribió al Rector Mayor Don Rúa para pedirle que anulara
                     la compra. Desde entonces, Pane se dio cuenta de que su relación con el padre Riccardi
                     sería muy difícil.

                        El 8 de diciembre de 1891 el padre Pane participó en la fundación del Oratorio del
                     Rímac, ubicado en la Huerta de Miota, la primera obra salesiana del Perú. Como les fue
                     muy bien, hicieron crecer la obra. Allí mismo, los salesianos abrieron el 19 de marzo de
                     1893 una Escuela de Artes y Oficios a la que llamaron “San Francisco de Sales”. En ella
                     enseñarían a muchos jóvenes a ser sastres, carpinteros, zapateros, entre otros oficios. El
                     director de esta obra era el padre Antonio Riccardi, y el padre Carlos Pane ejercía como
                     prefecto; es decir, el segundo al mando, pero también la persona encargada de conseguir
                     el dinero para los gastos de la escuela. Ambos eran las máximas autoridades de esa obra, y
                     tuvieron que aprender a convivir, a pesar de sus enormes diferencias.

                        Pane era soñador, impulsivo y entusiasta. Esta forma de ser le trajo más de un problema.
                     Por eso, una vez, Pane hizo esta autocrítica: “a veces hago planes estrafalarios, a mi manera,
                     sin contar las dificultades que puedo encontrar”.

                        En cambio, Riccardi era un hombre demasiado prudente y juicioso. Como superior,
                     ponía objeciones a las iniciativas que consideraba poco razonables. Pero eso, a veces,
                     parecía un hombre frío y severo.

                        Ambos, grandes salesianos, tenían formas de actuar muy diferentes. Ciertamente,
                     buscaban lo mismo: construir el sueño de Don Bosco en el Perú, pero con métodos
                     distintos.

                        El padre Pane respetaba mucho al padre Riccardi, quien también había nacido al norte
                     de Italia y era tres años mayor. Reconocía que, a pesar de sus diferencias, él buscaba hacer
                     el bien y que tenía mucho talento para dirigir. Una vez el padre Pane escribió en una carta
                     su opinión sobre Riccardi: “Es de una prudencia admirable. Ciertos negocios importantes
                     los despacha muy bien y con honor”.








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