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Tan bueno como el pan




                        El 30 de julio de 1921 cientos de invitados se dieron cita en la Basílica de María
                     Auxiliadora para su inauguración. Muchos se asombraron al ver que la torre monumental
                     prometida aún no existía y que el interior ni siquiera estaba totalmente techado. Había
                     grandes espacios del templo que se encontraban a la intemperie.
                        En ese lugar, monseñor Carlos Pietropaoli, enviado especial del Papa Benedicto XV a las
                     fiestas del centenario de la independencia del Perú, celebró la misa inaugural. Asistieron
                     el presidente de la República, don Augusto B. Leguía, junto a muchas autoridades civiles,
                     diplomáticas y eclesiásticas.

                        Esa mañana histórica, la Basílica se convirtió involuntariamente en una metáfora del
                     Perú de entonces (e incluso, de hoy): una república en construcción, una promesa más
                     que una realidad, pero con muchas personas convencidas de que algún día el proyecto se
                     concretará, gracias a la unión y al trabajo de todos.
                        Y así fue. Pasada la inauguración, el padre Pane, con 65 años a cuestas, puso todas sus
                     fuerzas en culminar la construcción con la ayuda de sus hermanos salesianos y muchos
                     bienhechores que apoyaban su proyecto. En marzo de 1922, la terminó de techar y en
                     mayo de ese año la Basílica quedó abierta al público. Aún la torre no estaba concluida, pero
                     se avanzaba poco a poco.

                        En junio de ese año, el padre Pane vivió allí uno de los momentos más gratificantes
                     de su vida: la consagración del padre Octavio Ortiz como Obispo de Chachapoyas. Su
                     alumno se había convertido en el primer obispo salesiano del Perú, en el templo que él
                     estaba terminando. Dos sueños fusionados en un solo momento inolvidable.
                        A fines de ese 1922, la torre comenzaba a hacerse cada vez más alta. Parecía cercano el
                     día en que se culminaría la construcción. Pero la providencia tenía otros planes: el padre
                     Pane no viviría para ver a la Basílica acabada.


























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