Page 220 - Dune
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                                  Cuando mi padre, el Emperador Padishah, supo de la muerte del Duque Leto y de sus
                                  circunstancias,  se  enfureció  como  nunca  lo  habíamos  visto.  Culpó  a  mi  madre  y  al
                                  complot que le había obligado a poner a una Bene Gesserit en el trono. Culpó a todos
                                  los que estábamos allí en aquel momento, incluyéndome a mí, porque dijo que yo era
                                  una  bruja  como  todas  las  demás.  Y  cuando  intenté  apaciguarlo,  diciéndole  que  todo
                                  aquello había ocurrido en base a una vieja ley de autoconservación a la cual obedecían
                                  incluso los más antiguos gobernantes, me escarneció preguntándome si yo le juzgaba a
                                  él como un débil. Comprendí entonces que su cólera no había sido debida a la muerte
                                  del Duque, sino a lo que dicha muerte implicaba para toda la nobleza. Cuando pienso de
                                  nuevo en ello, creo que incluso mi padre debía de tener una cierta presciencia, porque
                                  está seguro de que su estirpe y la de Muad’Dib tenían antepasados comunes.

                                                                   En la casa de mi padre, por la PRINCESA IRULAN




           —Ahora, los Harkonnen van a matar a los Harkonnen —susurró Paul.
               Se  había  despertado  al  caer  la  noche,  y  se  había  alzado  en  la  oscuridad  de  la
           destiltienda. Al hablar, oyó el débil agitarse de su madre en el lado opuesto de la

           tienda, donde se había tumbado para dormir.
               Paul echó una ojeada al detector de proximidad en el suelo, estudiando los diales
           iluminados en la oscuridad por los tubos fosforescentes.

               —Pronto será totalmente de noche —dijo su madre—. ¿Por qué no levantas los
           enmascaradores de la tienda?

               Paul se dio cuenta de que desde hacía algunos minutos la respiración de su madre
           había variado, mientras ella permanecía tendida en la oscuridad, guardando silencio
           hasta que estuvo convencida de que él también estaba despierto.
               —Levantar  los  enmascaradores  no  nos  ayudará  —dijo  él—.  Ha  habido  una

           tormenta. La tienda está cubierta de arena. Tendré que quitarla.
               —¿Ninguna señal de Duncan?

               —No.
               Paul tocó con un gesto ausente el anillo ducal en su pulgar, y se estremeció ante
           un  súbito  acceso  de  rabia  contra  la  esencia  misma  de  aquel  planeta  que  había
           contribuido a matar a su padre.

               —He oído llegar la tormenta —dijo Jessica.
               La inútil vaciedad de aquellas palabras le ayudaron a calmarse un poco. Su mente

           se concentró en la tormenta y en cómo la había visto precipitarse contra ellos a través
           de  la  parte  transparente  de  la  destiltienda:  frías  nubes  de  arena  cruzando  la
           hondonada,  luego  trombas  y  cataratas  atravesando  el  cielo.  Había  mirado  a  un

           picacho rocoso, viendo cómo cambiaba de forma bajo los remolinos hasta convertirse
           en  una  simple  excrecencia  color  naranja  sucio.  La  arena  torbellineaba  en  la
           hondonada cubriendo el cielo, que se oscureció como cubierto por una pantalla hasta

           que la tienda quedó totalmente sepultada.


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