Page 220 - Dune
P. 220
23
Cuando mi padre, el Emperador Padishah, supo de la muerte del Duque Leto y de sus
circunstancias, se enfureció como nunca lo habíamos visto. Culpó a mi madre y al
complot que le había obligado a poner a una Bene Gesserit en el trono. Culpó a todos
los que estábamos allí en aquel momento, incluyéndome a mí, porque dijo que yo era
una bruja como todas las demás. Y cuando intenté apaciguarlo, diciéndole que todo
aquello había ocurrido en base a una vieja ley de autoconservación a la cual obedecían
incluso los más antiguos gobernantes, me escarneció preguntándome si yo le juzgaba a
él como un débil. Comprendí entonces que su cólera no había sido debida a la muerte
del Duque, sino a lo que dicha muerte implicaba para toda la nobleza. Cuando pienso de
nuevo en ello, creo que incluso mi padre debía de tener una cierta presciencia, porque
está seguro de que su estirpe y la de Muad’Dib tenían antepasados comunes.
En la casa de mi padre, por la PRINCESA IRULAN
—Ahora, los Harkonnen van a matar a los Harkonnen —susurró Paul.
Se había despertado al caer la noche, y se había alzado en la oscuridad de la
destiltienda. Al hablar, oyó el débil agitarse de su madre en el lado opuesto de la
tienda, donde se había tumbado para dormir.
Paul echó una ojeada al detector de proximidad en el suelo, estudiando los diales
iluminados en la oscuridad por los tubos fosforescentes.
—Pronto será totalmente de noche —dijo su madre—. ¿Por qué no levantas los
enmascaradores de la tienda?
Paul se dio cuenta de que desde hacía algunos minutos la respiración de su madre
había variado, mientras ella permanecía tendida en la oscuridad, guardando silencio
hasta que estuvo convencida de que él también estaba despierto.
—Levantar los enmascaradores no nos ayudará —dijo él—. Ha habido una
tormenta. La tienda está cubierta de arena. Tendré que quitarla.
—¿Ninguna señal de Duncan?
—No.
Paul tocó con un gesto ausente el anillo ducal en su pulgar, y se estremeció ante
un súbito acceso de rabia contra la esencia misma de aquel planeta que había
contribuido a matar a su padre.
—He oído llegar la tormenta —dijo Jessica.
La inútil vaciedad de aquellas palabras le ayudaron a calmarse un poco. Su mente
se concentró en la tormenta y en cómo la había visto precipitarse contra ellos a través
de la parte transparente de la destiltienda: frías nubes de arena cruzando la
hondonada, luego trombas y cataratas atravesando el cielo. Había mirado a un
picacho rocoso, viendo cómo cambiaba de forma bajo los remolinos hasta convertirse
en una simple excrecencia color naranja sucio. La arena torbellineaba en la
hondonada cubriendo el cielo, que se oscureció como cubierto por una pantalla hasta
que la tienda quedó totalmente sepultada.
www.lectulandia.com - Página 220