Page 18 - El niño con el pijama de rayas
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—Claro  —dijo  Gretel,  que  siempre  hablaba  de  Padre  como  si  él  no  se
      equivocara ni se enfadara nunca, y como si siempre fuese a darle un beso de
      buenas  noches  antes  de  que  ella  se  durmiera,  cosa  que,  si  Bruno  hubiera  sido
      justo  y  olvidado  la  tristeza  que  le  producía  la  mudanza,  habría  admitido  que
      Padre también hacía con él.
        —Entonces  ¿estamos  aquí,  en  Auschwitz,  porque  alguien  echó  a  la  familia
      que vivía en esta casa antes que nosotros?
        —Exacto,  Bruno.  Y  ahora,  sal  de  encima  de  mi  colcha.  Me  la  estás
      arrugando.
        Bruno saltó de la cama y aterrizó en la alfombra con un ruido sordo. No le
      gustó:  era  un  sonido  muy  hueco,  así  que  decidió  que  sería  mejor  no  ir  dando
      saltos por aquella casa porque podía derrumbarse y caérseles encima.
        —Esto no me gusta —repitió por enésima vez.
        —Ya lo sé —dijo Gretel—. Pero no podemos hacer nada, ¿no?
        —Echo de menos a Karl, Daniel y Martin.
        —Y yo a Hilda, Isobel y Louise —dijo Gretel, y Bruno intentó recordar cuál
      de las tres niñas era el monstruo.
        —Los  otros  niños  no  parecen  nada  simpáticos  —comentó,  y  Gretel,  que
      estaba  poniendo  una  de  sus  muñecas  más  aterradoras  en  un  estante,  se  dio  la
      vuelta y lo miró fijamente.
        —¿Qué has dicho? —preguntó.
        —He dicho que los otros niños no parecen nada simpáticos.
        —¿Los otros niños? —repitió Gretel, desconcertada—. ¿Qué otros niños? Yo
      no he visto ninguno.
        Bruno  miró  en  derredor.  En  la  habitación  de  Gretel  también  había  una
      ventana, pero como estaban en el otro lado del pasillo, frente a la habitación de
      él,  la  ventana  daba  a  la  dirección  opuesta.  Procurando  mantener  un  aire  de
      misterio, Bruno se dirigió hacia la ventana. Metió las manos en los bolsillos de sus
      pantalones  cortos  e  intentó  silbar  una  melodía  y  esquivar  la  mirada  de  su
      hermana.
        —¡Bruno! —dijo ésta—. ¿Qué demonios haces? ¿Te has vuelto loco?
        Él siguió andando y silbando, sin mirarla, hasta que llegó a la ventana. Por
      suerte, era lo bastante baja para poder mirar por ella. Se asomó y vio el coche en
      que habían llegado, así como tres o cuatro coches más de los soldados de Padre,
      algunos  de  los  cuales  andaban  por  allí,  fumando  cigarrillos  y  riendo  de  algo
      mientras miraban con nerviosismo hacia el edificio. Un poco más allá estaba el
      camino de la casa, y más allá había un bosque que parecía ideal para explorar.
        —Bruno, ¿quieres hacer el favor de explicarme qué has querido decir con ese
      último comentario? —preguntó Gretel.
        —Mira, un bosque —dijo él sin hacerle caso.
        —¡Bruno! —le espetó su hermana, avanzando hacia él con unas zancadas tan
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