Page 61 - El niño con el pijama de rayas
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—He olvidado preguntárselo —dijo Padre—. Pero supongo que vendrá con
      ella.
        —¡Cielos! —repitió Madre, levantándose y calculando mentalmente todo lo
      que  tenía  que  organizar  antes  del  jueves,  para  el  que  sólo  faltaban  dos  días.
      Habría que limpiar la casa a fondo (incluidos los cristales), teñir y barnizar la
      mesa  del  comedor,  encargar  la  comida,  lavar  y  planchar  los  uniformes  de  la
      criada  y  el  mayordomo,  y  dar  brillo  a  la  vajilla  y  la  cristalería  hasta  que
      destellaran.
        De  un  modo  u  otro,  pese  a  que  la  lista  parecía  crecer  y  crecer,  Madre
      consiguió  terminarlo  todo  a  tiempo,  aunque  no  paraba  de  decir  que  la  velada
      habría tenido el éxito asegurado si ciertas personas hubieran ayudado un poco
      más a prepararlo todo.
        Una hora antes de la llegada del Furias, hicieron bajar a Gretel y Bruno, y los
      niños  recibieron  una  insólita  invitación  para  entrar  en  el  despacho  de  Padre.
      Gretel  llevaba  un  vestido  blanco  y  calcetines  largos,  y  le  habían  hecho
      tirabuzones.  Bruno  llevaba  pantalones  cortos  marrón  oscuro,  camisa  blanca  y
      corbata marrón. Estrenaba zapatos para la ocasión, y estaba muy orgulloso de
      ellos, aunque le iban pequeños, le dolían los pies y le costaba andar. De cualquier
      modo, todos aquellos preparativos y toda aquella ropa elegante parecían un poco
      exagerados, porque ni Bruno ni Gretel estaban invitados a la cena; ellos habían
      cenado una hora antes.
        —A  ver,  niños  —dijo  Padre  sentándose  detrás  de  su  escritorio  y  mirando
      alternativamente a sus hijos, de pie e inmóviles frente a él—. Ya sabéis que esta
      velada es muy especial, ¿verdad?
        Los niños asintieron.
        —Y que es muy importante para mi carrera que esta noche todo salga bien.
        Volvieron a asentir.
        —Por  tanto,  hay  una  serie  de  reglas  básicas  que  estableceremos  de
      antemano.
        Padre  era  muy  partidario  de  las  reglas  básicas.  Siempre  que  había  una
      ocasión especial o importante en la casa, establecía algunas nuevas.
        —Regla número uno —dijo—. Cuando llegue el Furias, os pondréis de pie en
      el recibidor, en silencio, y os prepararéis para saludarlo. No diréis nada hasta que
      él se dirija a vosotros, y entonces contestaréis con voz clara, articulando bien las
      palabras. ¿Entendido?
        —Sí, Padre —masculló Bruno.
        —Así  es  precisamente  como  no  quiero  que  habléis.  Vocaliza  bien  y  habla
      como  un  adulto.  Espero  que  ninguno  de  los  dos  se  comporte  como  un  niño
      pequeño. Si el Furias no os hace caso, vosotros no digáis nada; mirad al frente y
      demostradle el respeto y la cortesía que merece un dirigente de su talla.
        —Por supuesto, Padre —dijo Gretel con voz muy clara.
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