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unos veinte años. Tenía que publicar las llamadas Tablas rudo/fi-
        nas. Tycho Brahe le pidió moribundo que llevara a cabo unas tablas
         según su modelo, no según el de Copérnico, aunque Kepler acabaria
         realizándolo según este último con las mejoras de la teoría física
         que él introdujo. Al morir Brahe, el emperador Rodolfo II le nombró
         Matemático Imperial para que completara esas tablas. Aunque fue
        variando de lugar de trabajo a lo largo de su vida, no perdió su cali-
         dad de Matemático Imperial. Finalmente, en sus últimos años pu-
        blicó las tablas, la gran obra comprometida de toda su vida. Pero
        pronto quedaron obsoletas. En cambio, otras obras, fruto de su in-
        quietud, de su capricho, de su inspiración, se hicieron inmortales.
            Como hombre fue austero, tenaz, enfermizo y pobre. No fue
        mal padre y sí buen hijo. Fue honesto y fiel a sus ideas. Fue locuaz
        y simpático, amante de la polémica, duro consigo mismo y com-
        prensivo y conciliador con los demás. No hacía su trabajo para su
        propia gloria, sino para la gloria de Dios. Cuando le insinuaron que
        Galileo podía estar aprovechándose de sus ideas,  respondió
        que no le importaba, que lo importante era que se pusiera de ma-
        nifiesto la belleza del mundo, fuera quien fuese quien lo hiciera.
        No obstante, en sus escritos sale también a relucir su orgullo, su
        necesidad de que le fueran reconocidos sus méritos y el alto con-
        cepto que tenía de sí mismo. Un astrónomo cegato que conocía el
        cielo minuto a minuto. Un hombre del Medievo que se liberó de la
        idealización del círculo.  Un pensador que  recogió el tesoro de
        Tycho y se lo entregó digerido a Newton. Un admirador de Galileo
        que menospreció a Bruno. Un hombre que vivió una infancia de-
        sordenada y buscó la armonía del mundo.
            Galileo dijo que «el universo está escrito en lengua matemá-
        tica». Tuvo algunos antecedentes, y posiblemente el primero fuera
        el Eclesiastés, donde se dice «Dios hizo al mundo con número,
        peso y medida».  También san Isidoro sentenció:  «Suprime  de
        todas las cosas el número y todo se extingue». Y otras citas po-
        drían agregarse, pero entre ellas no puede faltar el pensamiento
        vitalista de Kepler. La geometría era anterior al mundo, luego era
        divina. Dios dotó al mundo con hermosura geométrica, como obra
        suya que era, y esa belleza estaba a su humano alcance.  Kepler
        creía en la Geometría.






                                                          INTRODUCCIÓN       15
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