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Se han incorporado a la campaña de Meade personajes que tienen pocos incentivos para que su
           candidato gane. De hecho, hay allí algunos a los que les conviene más que pierda. Desde 2000, los
           priístas saben que hay vida si no es uno de los suyos el que despacha en Los Pinos. Aprendieron
           rápido a vivir como oposición. Más aún, no son pocos a quienes les puede ir mejor como opositores
           que con un gobierno de su partido. Está fresca en la memoria el que, durante las administraciones
           de Vicente Fox y Felipe Calderón, los gobernadores del PRI fueron verdaderos virreyes. En cambio,
           cuando retomaron el poder les fue peor. Con Enrique Peña Nieto, a los pocos que no están presos o
           procesados, los traen con la rienda corta.

               Paradójicamente, incluso en un terreno en que debería ir ganando la batalla, como el de los
           organismos financieros multilaterales y los grandes inversionistas, Meade ha recibido golpes muy
           fuertes. La publicación de encuestas como la de Citibanamex (que pudo mantenerse en privado)
           muestra que dista mucho de ser el candidato consentido del sector. Importantes figuras del capital
           financiero están pavimentando el camino para que se reconozca un probable triunfo de AMLO.
           Meade está cosechando en los organismos multilaterales las tempestades de los vientos que sembró
           en el sector hacendario.

               Le queda a Meade, por supuesto, recurrir a una elección de Estado y a la compra masiva de
           votos. Pero ni así la tiene fácil. Las dificultades del gobierno federal para judicializar el proceso
           electoral y desbarrancar a Ricardo Anaya (con toda seguridad responsable de lo que lo acusan),
           utilizando  al  Ministerio  Público,  han  topado  con  la  inconformidad  de  los  dos  grupos  político-
           culturales.

               Pese a lo sucedido en 2000 y 2006, cuando la derrota del PRI no supuso su final como partido,
           hoy la situación es mucho más grave. Es parecida a la que enfrentó tras el descalabro en Ciudad de
           México en 1997. En ese entonces, el tricolor quedó reducido a la insignificancia estratégica en la
           capital del país. Han pasado 21 años desde entonces y no ha levantado cabeza, ni parece que lo vaya
           a hacer. Perder las elecciones de 1997 le significó la debacle en el Distrito Federal. Algo así pareciera
           estarse cocinando este primero de julio. No en balde, ya se escucha el sonido de las campanas
           comenzando a doblar.
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