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Chenalhó, en el que participaron varios de los hijos de los asesinados en la masacre de Acteal del 22
de diciembre de 1997. Desde entonces caminó inseparablemente junto a Las Abejas.
Ante el estancamiento del proceso de paz en Chiapas consideró que era pertinente y valioso abrir
la imaginación a nuevas formas de lucha no violenta. Desde su trinchera en Acteal promovió un
fructífero diálogo entre el gandhismo y el zapatismo.
Como educador popular, Rafael se alejó del paternalismo como si fuera la peste. Consciente de
que en nombre de la educación y el desarrollo se despoja a los de abajo (especialmente a los
indígenas) de su riqueza, sostuvo que había que bajar de la Torre de Marfil e ir al pueblo no a
enseñar sino a dialogar. La solución –decía– está con los de abajo, con su creatividad, solidaridad y
generosidad.
Acteal le dolía hasta lo más profundo del alma. La excarcelación de los asesinos materiales por
parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y el que los responsables intelectuales del crimen,
como el presidente Ernesto Zedillo, no fueran juzgados, lo indignaba. Una y otra vez lo denunció en
las páginas de La Jornada (donde escribió a lo largo de muchos años) y en cuanto foro tuvo acceso.
Para él, la masacre de Acteal fue un crimen atroz contra mujeres y niños, indígenas que
ayunaban y oraban por la paz, que estaban desarmados y que expresamente sostenían una postura
no violenta. Fue un crimen de Estado, perpetrado no por negligencia u omisión, sino resultado de
un plan contrainsurgente que pretendía burlar la Ley para el Diálogo, la Negociación y la Paz Digna
en Chiapas, una de las pocas leyes en nuestra historia que fue claramente la expresión de una
voluntad popular. Los asesinos de Acteal son paramilitares: se armaron como paramilitares, se
entrenaron como paramilitares, actuaron según una lógica paramilitar, fueron y siguen siendo
protegidos como paramilitares.
Con apenas 65 años, Rafael Landerreche, el Bankilal de Bankilal de quienes habitan la Casa de
la Memoria y la Esperanza, se nos adelantó. Como señalan sus compañeros enseñó el significado de
la entrega total y el acompañamiento a los pueblos. No es exageración: fue clave en el desarrollo y
fomento de una cultura de la resistencia activa pacífica en los movimientos populares en México. Su
modestia, sencillez y discreción, su decisión de caminar con los de abajo, hacen difícil calibrar con
justeza el tamaño y alcance de su aportación. Aunque sea tarde, es hora de reconocérselo.