Page 35 - PENTATEUCO
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PENTATEUCO
El tabernáculo era la casa de Dios en la tierra, sería el punto focal de la vida religiosa de Israel, hasta que fue reemplazado por el templo de Salomón. Él lo llenaba con su presencia y su gloria. Casi quinientos años más tarde, Salomón construyó el templo, que sustituyó al tabernáculo como lugar central de adoración. También Dios llenó el templo con su gloria (2 Crónicas 5:13-14). Pero cuando Israel le dio las espaldas a Dios, su gloria y su presencia abandonaron el templo, y fue destruido por ejércitos invasores (2 Reyes 25). El templo fue reconstruido en 516 a.C. y la gloria de Dios regresó con el mismo gran esplendor casi cinco siglos después cuando Jesucristo, el Hijo de Dios, entró en él y enseñó. Cuando Jesús fue crucificado, la gloria de Dios otra vez abandonó el templo. Sin embargo, Dios ya no necesitó más un edificio físico después que Jesús se levantó de los muertos. El templo de Dios ahora es su iglesia, el cuerpo de creyentes.
EL LIBRO DE LEVÍTICO
Dios le hizo una promesa a Abraham, la cual incluía tres puntos particulares y una meta universal (Génesis 12:1–3, 15):
1. Dios le prometió a Abraham hacer de él una nación.
2. Bendecirlo basándose en la relación del pacto.
3. Darleunatierradóndevivir.
El propósito final era bendecir a todas las naciones. El libro de Levítico toca todo esto, pero particularmente se centra sobre la segunda de estas tres promesas específicas. La primera parte ya estaba en el proceso de cumplirse: Israel ya había llegado a ser una gran nación (Éxodo 1:7). La tercera, la posesión de tierra, aún estaba por delante, y es el centro de atención en Números y Deuteronomio. El asunto central en Levítico es cómo mantener esa relación entre Dios e Israel, la cual había sido establecida con el Éxodo y la elaboración de un pacto (Éxodo 24).
La respuesta es que Dios mismo provee los medios, por su gracia. La relación que se había establecido por la gracia redentora de Dios, en el Éxodo, sólo podía mantenerse por la gracia perdonadora de Dios, tal como Israel lo había comprobado desde el incidente del becerro de oro, Éxodo 32–34.
El sistema de sacrificios no era un medio para comprar favores, sino de recibir gracia. Y la obediencia práctica a la ley en los capítulos posteriores no era un asunto de alcanzar santidad, sino de vivir de acuerdo con las características que Dios ya había
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