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El Padre José Arnoldo García, en
un programa de las fiestas novem-
brinas de 1959, apoyado en archi-
vos de la iglesia, subrayaba que,
“la parroquia de Armenia existe
reconocida como tal desde 1791 y
que pertenecía al Arzobispado de
Guatemala”.
“… De estos datos podemos
deducir –anotaba García-, que la
devoción a Santa Teresa se practi-
caba en esta población desde la fun-
dación de la parroquia y que, desde
entonces, contaba con la generosi- PÁRROCO
dad de los feligreses. También puede
deducirse, que las Fiestas de San HUMBERTO
Silvestre eran las de los naturales DE JESÚS
y que las Fiestas de Santa Teresa AYALA
eran las de los Ladinos”.
El Párroco Humberto de Jesús
Ayala no parece conforme con esta información
y escribe: “Estrictamente hablando la parro-
quia de Armenia tiene como patrono principal
a San Silvestre Papa. La fiesta de Santa Teresa,
reconocida de hecho cómo las fiestas patronales,
es bien posterior, es la imposición religiosa de
alguna familia pudiente o terrateniente, que
tuvo admiración por esa mística y Doctora de
la iglesia y que logra implantar la fiesta novem-
brina como la fiesta principal del pueblo”.
Ayala, se apoya en el hecho de que las Cof-
radías (personas unidas jerárquicamente con
un interés religioso común), en un principio
estaban dedicadas a San Silvestre (28 al 31 de
diciembre), pero posteriormente fue denomi-
nada patrona de Armenia la Dra. Santa Teresa
de Jesús, cuyas efemérides se realizaban del 10
al 15 de Octubre.
El párroco Humberto de Jesús sostiene,
además: “Hubo razones para el logro de ella,
por ejemplo el verano, la recogida de la cose-
cha, el anuncio Pre-navideño y con ello otras
causales socioeconómicas que vinieron a darle
diferentes giros a las fiestas”.
Lo que sí es un hecho es que las fiestas patro-
nales en honor a Santa Teresa se instituyeron
con los años, como lo atestigua el Libro de
Actas del año 1846, encontrado en el archivo de
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la Alcaldía Municipal de Armenia,
escrito según el estilo de la época
y que hoy podríamos considerar
lleno de errores ortográficos.
La fiesta según se desprende
de ese oficio era eminentemente
religiosa. Duraban más de ocho
días. Correspondía a una espe-
cie de novena en la búsqueda de
alguna gracia de Dios, en este caso
a través de una mediadora como
Santa Teresa de Ávila, debido a las
virtudes alcanzadas a través de su
vida.
En los albores del siglo XX, las
fiestas patronales permanecían
con la fe y creencia en su patrona;
persistían en sus preceptos, nor-
mas y costumbres. A pesar de que
la villa de Armenia enfrentaba
nuevos tiempos, con una población cada vez
más identificada.
A partir de las primeras décadas del siglo xx
comenzó una reestructura y las fiestas patro-
nales sufrieron alguna transformación. Recién
se había superado el terremoto de 1917. A dos
años de esa tragedia, se estrenó el título de
ciudad y el centro se transformó geográfica-
mente. Ya no es el que describe Claudia Lars,
en su “Tierra de Infancia”.
El corazón de la ciudad tiene un parque,
cabildo de dos plantas y tiendas importantes.
Si bien, las vías de comunicación aún son com-
plicadas. La carretera Panamericana no es más
que un trazo en un papel.
En ese contexto, la vida era un tanto pasiva,
como alguien diría hoy “en cámara lenta”. Todo
el quehacer se volcaba hacia su interior y giraba
alrededor del trabajo, diversiones ingenuas,
lecturas y música de las pianolas y fonógrafos
que salía de algunas casas. La gente se alegraba
al son de la marimba y las guitarras. Con un
alumbrado eléctrico débil, que recién había
sustituido las lámparas de carburo.
Pero, ese era el marco de las fiestas noviem-
brinas de esos años. Por ocho días se reconcen-
traban en la plaza los llamados: “Chinamos”
(palabra de origen del náhuatl: chinamitl), una