Page 12 - Sermon 21
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Ciertamente: «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados». «Bienaventurados», entonces, son «los que lloran» de esta manera, si esperan la voluntad del Señor y no permiten ser desviados del camino por los miserables consoladores del mundo. Si resueltamente rechazan todo el bienestar del pecado, el engaño y la vanidad; todas las vanas diversiones y distracciones del mundo, todos los placeres que se destruyen con el uso y que sólo tienden a paralizar y a embrutecer el entendimiento, de tal manera que pierden la conciencia de Dios y de sí mismos. Bienaventurados aquellos que continúan en el conocimiento del Señor y constantemente se niegan a recibir ningún otro consuelo. Ellos serán consolados con la consolación de su Espíritu, por una nueva manifestación de su amor, por el testimonio de ser aceptados en el Amado, testimonio que nunca les será quitado. Esta plena certidumbre de fe destruye toda duda y todo temor que atormente. Dios ahora les concede una esperanza segura, segura consolación por medio de la gracia. Sin discutir la posibilidad de que los que una vez fueron iluminados y hechos partícipes del Espíritu Santo puedan caer o no, asentamos el hecho de que por medio del poder que permanece en ellos, pueden decir: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?...¡Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida...ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo...nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro!».
Esta experiencia, tanto de lamentar la ausencia de Dios como de recobrar el gozo de volver a ver su semblante, parece que fue anunciada en las palabras de nuestro Señor a sus apóstoles la noche anterior a su pasión: «¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis», es decir ya no me veréis, «y el mundo se alegrará», triunfará sobre vosotros, como si vuestra esperanza hubiera llegado a su fin. «Vosotros lloraréis,» por la duda, el temor y la tentación, el deseo vehemente; «pero vuestra tristeza se convertirá en gozo», por el retorno de aquel a quien ama tu alma. «La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza.» Lloran y no pueden ser consolados. «Pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo». Pero aunque este llanto está por terminar, está envuelto en un gozo santo, por el retorno del Consolador. Sin embargo, hay otro llanto bendito que anida en los hijos de Dios. Ellos se lamentarán por los pecados y miserias de la humanidad. Lloran con los que lloran. Lloran por los que lloran, no por ellos mismos, por los que pecan en contra de sus propias almas. Lloran por la flaqueza y debilidad de aquellos que han sido, hasta cierto punto, salvados de sus pecados. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?. Se lamentan constantemente por el deshonor causado continuamente contra la Majestad de cielo y tierra. Todo el tiempo tienen un profundo sentido de esto, lo que trae una profunda preocupación a sus espíritus. Preocupación que ha aumentado, y no poco, desde que se abrieron los ojos de su entendimiento al ver constantemente el océano de eternidad, sin fondo ni orilla, que ha tragado millones y millones de seres humanos y aun procura devorar a los que quedan. Ven aquí la casa de Dios eterna en los cielos; allá, el infierno y la destrucción,

































































































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