Page 25 - Nuestras Guerras
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MANOLO. Le queda mejor a Franco aquella de Massiel de cuando vine, ¿te acuerdas?:“O quizás simplemente te regale una fosa”. Hay que chingarse con Franco. De padre omnipotente de un reino sin rey, a abuelito sangriento de todos los españoles y sus anexas.
PABLO. Y a cambiar de tema, que ése cansa. Se separan para hablar en voz normal.
MANOLO. Hay algo que me escuece en la memoria, ¿sabes? No sé si tú puedas ayudarme. Es algo que me ha venido saliendo y que brilla entre todo lo demás. Mi padre, en aquel viaje, hablaba mucho de algún hijo de su hermano, del que no sabía nada porque le había perdido el rastro.
PABLO. ¿Marcelino?
MANOLO. Sí, de su hermano Marcelino.
PABLO. No. He querido decir que Marcelino se llamaba el crío.
MANOLO. ¿Lo conociste?
PABLO. Murió en la guerra.
MANOLO. ¿Y su padre?
PABLO (tras pausa). ¿Su padre..? Era el tuyo. Tuviste un hermano Marcelino. Y era mayor que yo.
MANOLO. Pero. (Pausa) Pero mi papá me dijo, cuando yo le pregunté directamente eso, que no. Que era un hijo de su hermano, y sí, me dijo eso, que ya había averiguado en el pueblo y que el sobrino se había muerto en la guerra.
PABLO. No sé por qué guardar el secreto. Pero sí que no quiso que tú lo supieras, al menos entonces.
MANOLO. ¿A lo mejor por mi mamá?
PABLO. O sólo por ti. Por tu reacción. Ve tú a saber. Por esas cosas que tenemos los viejos.
MANOLO. ¿Viejo? Si no tenía ni 60 años. No. Seguramente fue una de tantas cosas que esperaba un momento mejor para decirme, y que no dejé llegar. ¡Qué pendejo era yo! Pero qué pinche pendejo. Aquí no dicen pendejo, ¿cómo dicen?