Page 23 - Nuestras Guerras
P. 23

PABLO. Dos cañas.
MANOLO. No. Para mí un tanque. Que por eso la tengo bien clarita en la memoria y quise
regresar a esta Plaza del Rey, (por lo bajo) y eso que somos republicanos.
PABLO. Venga, un tanque para éste. Y unas gambas. (Pausa) Y, cuenta, cuenta. No hables
de tu padre, para no entristecernos. Que eso muy bien me lo has escrito. Pero ¿y tu madre? MANOLO. Murió muy poco después. Eran una sola persona.
PABLO. Pues lo siento, chico. Y tú, ¿te has casado?
MANOLO. Sí, me casé. Tuvimos un hijo. Y al ratito me divorcié.
PABLO. ¿De la chica que enfrentaba contigo los tanques en el 68?
MANOLO (sonríe). Sí. De ésa.
PABLO. ¿Y por qué divorciarse tan pronto?
MANOLO. Por incompatibilidad de caracteres, se dice. Porque no aguantó mi ritmo de vida. Las mujeres se aburguesan, ¿o no?
PABLO. Yo qué sé.
MANOLO. Lo digo porque me acuerdo de todo lo que decía tu papá de la tuya.
PABLO. Nada, nada. Él hablaba de mi suegro. Y eran cosas suyas. Mi pobre padre vivía con sus fantasmas.
MANOLO. Sí. También me escribiste sobre su muerte. Me conmovió. La muerte de un militante de verdad. No de la gauche divine, como yo me he sentido siempre. Incluso ahora, que milito en el PC mexicano. (Pausa) Por lo menos, tú sí tuviste mucho tiempo para hablar con él. Yo en cambio... En fin, qué te cuento, si fuiste testigo.
PABLO. Testigo, yo, ¿de qué?
MANOLO. De nuestro viaje. De cómo desperdiciaba los últimos años de mi padre. Justamente en el regreso que, a pesar de estar todavía Franco, él soñó conmigo. Para enseñarme España, su campo de batalla. Un luchador auténtico que se quedó con muchísimas cosas que decir al mamón de su hijo. Como yo me voy a quedar sin decir cosas al mío, porque lo veo una vez a la semana. A ver si a él se le mejora la suerte y cuando crezca tengo ya alguna cosa interesante de qué hablarle.


















































































   21   22   23   24   25