Page 8 - Nuestras Guerras
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TIMOTEO. Han dicho tantas cosas. Tantas cosas he oído durante tantos años, pero la lucecita brilla en el Pardo como dicen también. Y nos vigila, Gregorio, hasta a ti allí en América. A todos nos vigila. (A Manolo) Pero háblame de vosotros, jóvenes y cojonudos en las calles de México.
MANOLO. Ya hasta llegamos al meritito Zócalo, que es la plaza mayor, la más importante. Como aquí, ¿cuál sería, papá?
GREGORIO. Como la de Sant Jaume que es el centro histórico, y más el corazón que la de Cataluña.
MANOLO. Como la Plaza de San Yaume, sólo que mil veces más inmensa. Pues llegamos, y hubo discursos y hasta un ama de casa se subió al podio, y decidimos quedarnos a dormir. Y ahí que nos acomodamos todos. Pues hasta tuvieron que sacar los tanques para movernos. Si no, no nos mueve nadie.
GREGORIO. Aquí también, sin balas y sin tanques no nos hubiese movido nadie. Ay, hijo mío, lo que me temo es eso, que luego de enseñar los tanques, vengan las balas.
MANOLO. Ni así nos ganarán. Somos un chingo y seremos más.
GREGORIO. Estos chicos no saben todavía a lo que se enfrentan.
TIMOTEO. Déjale con su ilusión. Deja que hable. Venga, venga, que te brillan los ojos. MANOLO. Pues llegamos al Zócalo. Por lo menos un millón.
PABLO. Además de la señora esa. (Ante la mirada de enojo de Manolo) Venga primo, que es broma. Yo también sé de lo que hablas y estoy de tu lado. Pero,.¿hay obreros también marchando con vosotros?
MANOLO. Todavía, no. Pero al grito de “¡Unete, pueblo!”, ellos se van uniendo. La gente nos aplaude.
TIMOTEO. ¿Pero aún no están con vosotros?
MANOLO. Es cosa de esperar. Es cosa de ir construyendo al sujeto revolucionario.
TIMOTEO. Venga, venga ésa. ¿Y ése sujeto no estaba ya construido? ¿No es el proletariado?
MANOLO. El proletariado, sí, con la juventud.