Page 10 - Nuestras Guerras
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PABLO. Padre, por Dios, no grite.
TIMOTEO. ¿Lo ves, Manolo? Todavía se tiene miedo en esta España.
PABLO. Pues claro que se tiene miedo. Y calle ya, que esas depuraciones suyas de la posguerra también fueron mías. Y no he perdido la memoria. Si callo es porque me da la gana.
TIMOTEO. Ahí está, ahí está.
PABLO. No, ahí estaba. Ahí estaba yo. Un crío. Y con la madre enferma y con toda mi hambre. Ahí estaba. ¿Sabes a qué edad, Manolito, fui a conocer a mi padre que salía de la cárcel? ¿Y a qué edad iban a buscarme a los lugares llenos de mierda que yo barría por dos pesetas? ¿Lo sabes?
MANOLO. No.
PABLO. Pues sólo te lo digo para que lo pintes. Sí, entre los diez y los veinte años. Nada. Que llegaban, decían: “Eh, Pablo, que tu padre está cagao y ensangrentao en medio de la Plaza y otra vez le ha roto las gafas la pareja de guardias civiles, sólo pa divertirse”.
TIMOTEO. Sí, hijo mío. Perdona lo que he dicho. Es que chocheo.
PABLO. ¿Sabe usted, tío, que eran chicos sanos, muy devotos, gente del Movimiento, que con mi padre sólo se divertían. Era para pasar el rato.
TIMOTEO. Sí, hijo mío, sólo que me cabrea lo mucho que has cambiado. Como si ya no vieras lo que son las cosas.
PABLO. Y tome que usted, sin gafas, tampoco podía ver nada.
GREGORIO. Ya basta de entristecernos con la memoria. ¡Qué viva el sol de España! Y hablemos de otras cosas...
TIMOTEO. Es verdad, Pablo, hijo mío, es verdad que tú sufriste todo. Porque yo, sin gafas no podía ver nada... Y con el aceite de ricino, me cagaba...
GREGORIO. Ya... Decidme...
PABLO (interrumpe). Y ahí iba yo, tío, a los diez años, de lazarillo, sin entender por qué le habían golpeado...
TIMOTEO. Porque eran unos hijos de puta, hijo mío, y lo siguen siendo y vosotros no debéis olvidarlo. ¿Eh, Manolito? Nunca.