Page 102 - Secundaria - Historia de México - 3er Grado
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Las rebeliones indígenas y campesinas durante el virreinato
¿Por qué persisten las rebeliones indígenas a lo largo del tiempo?
Las desigualdades sociales y su consecuente descontento popular han sido un rasgo permanen- te a lo largo de la historia del país. En sociedades mestizas, como la nuestra, es frecuente que los movimientos sociales adquieran tintes étnicos. Lo anterior se debe a que desde el momen- to de la Conquista, el vencido, sin importar que fuera originario de estas tierras, era tratado de manera desigual. El español tenía una percepción del otro en la que no sólo veía la diferencia, también le percibía como inferior.
Las desigualdades étnicas del pasado produjeron discriminación y maltrato entre los indí- genas y las castas por lo que se realizaron rebeliones y movimientos indígenas que llegan hasta nuestros días, ya que con la Independencia no se alcanzó la igualdad y los levantamientos de los pueblos originarios continúan.
Las rebeliones constituyen la respuesta violenta de los indígenas ante la ocupación no me- nos violenta de sus espacios físicos, sociales y culturales, son una expresión de su resistencia. Pero no sólo los indígenas se levantaron buscando igualdad; también hubo levantamientos de negros principalmente en Puebla y Veracruz. Uno de ellos fue el de Gaspar Yanga y Francisco de la Matosa, entre 1580 y 1609 un grupo de negros escapó y construyó una pequeña colonia libre en las montañas. Entre 1609 y 1618 sin poder apresarlos, los españoles tuvieron que ne- gociar dando como resultado Las capitulaciones de Yanga, con lo que se fundó el pueblo San Lorenzo, después conocido como San Lorenzo de los Negros y en 1932 cambió al de Yanga.
Aunque mencionamos el caso de Yanga, aquí nos referiremos a algunos de los levantamien- tos indígenas durante la Colonia. Los hubo a lo largo de todo el territorio. Por ejemplo, en el norte, está el caso de los tarahumaras o rarámuris, en el sur, el de Jacinto Canek y en el ponien- te en Baja California, los Pericúes.
En el caso de los tarahumaras, en la sierra tarahumara en Chihuahua y regiones vecinas, hubo revueltas indígenas a lo largo de todo el siglo XVII y buena parte del XVIII involucrando a numerosas etnias (como la de los tepehuanes en Durango, apaches, jacomes y janos), algunas de ellas ya desaparecidas. Su ventaja fue no llegar a territorios donde una caballería los pudiera liquidar y fueron constantes, pues no dejaban de estar inconformes con los españoles debido a su maltrato y constantes abusos.
El sometimiento de los grupos indígenas que la habitaban también fue con la espada y la cruz. Misioneros jesuitas (luego franciscanos) y militares se enfrentaron al indígena para acabar con sus creencias e incorporarlos a su mundo.
La orden encargada de la evangelización hasta 1767 fue la Compañía de Jesús. Los jesuitas trataron de concentrarlos, pues vivían dispersos; los bautizaban y les enseñaban doctrina cris- tiana; respetaron algunos elementos y costumbres de los indígenas como por ejemplo el he- cho de reconocer a sus autoridades y respetar la lengua tarahumara en la que debían predicar los sacerdotes jesuitas.
En el sur de lo que hoy es la República Mexicana, Jacinto Canek (1730-1761), fue un cau- dillo maya que se sublevó contra los españoles en noviembre de 1761, tras unas festividades populares en el poblado de Cisteil, en Yucatán, Canek incitó a los indígenas a levantarse contra los españoles:
“Hijos míos muy amados —les dijo— no sé qué esperáis para sacudir el pesado yugo y servi- dumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por toda la provincia y he registrado todos sus pueblos y, considerando con atención qué utilidad nos trae la sujeción a España (...) no hallé otra cosa que una penosa e inexplicable servidumbre (...) El juez de tributos no se sacia ni con los trabajos que cercan en la cárcel a nuestros compañeros ni satisface la sed de nuestra sangre en los continuos azotes con que macera y despedaza nuestros cuerpos.” Enciclopedia de México, Tomo 2, México, s/e, 1978, p. 338.
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