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EL PENSAR DE UN RESIDENTE



                  Escribo. Y no podría definir con claridad si es una anécdota, una his-
               toria, una verdad, o solamente una suma de pensamientos recogidos du-
               rante unos minutos. No sé si yo mismo consiga entender esta historia, o
               quizás lo logre quien la lea; eso es más probable.

                  Me puse a recordar cómo fue que decidí meterme en la medicina.
               ¿Acaso no tuve otra opción?, ¿Cuándo y cómo inició este viaje? Lo cierto
               es que el calendario marcaba 18 años. Embarcado, y con el transcurrir de
               los semestres, me di cuenta de que esto no era lo que yo quería o buscaba,
               mucho menos deseaba. ¿Por qué? Porque es una de las más bellas pero
               ingratas profesiones, tanto que a veces un plato a la carta cuesta más que
               el dinero que se recibe. Cursando el cuarto semestre por primera vez me
               planteé la posibilidad de abandonar, al reconocer que el cuerpo humano
               termina curándose por sí mismo, y que el médico lo que hace es ayudar a
               que ese proceso suceda, nada más; es decir, entré en el dilema de saber si
               un médico de verdad curaba o no. Bueno, no terminé de decidir la salida
               y continué en la carrera, y buscando esa respuesta.
                  Pasó el tiempo y llegué a esa etapa que resulta clave en la formación:
               la residencia. Algunos la viven con más intensidad que otros, es verdad,
               como pasa en varios campos de la vida; en mi caso, generó otra duda al
               presentarse la confusión sobre qué mismo es un residente, dado que es
               un médico asistencial al que muchas veces se confunde con estudiante
               de postgrado de algún año de especialidad. En fin, lo cierto es que, en mi
               caso, tuvo un evento que marcó su desarrollo de cualquier manera.
                  Me encontraba en la guardia médica, en un servicio de cirugía onco-
               lógica, con todo el riesgo y la complicación que eso representa.  En dicho
               lugar, había un paciente que presentaba un tumor en laringe, muy difícil
               de tratar, y en total honestidad con pronóstico bastante complicado. Ya
               había presentado disnea, causada por la obstrucción de la luz laríngea,
               motivo por el cual se lo había sometido a una traqueotomía de emer-
               gencia. Como médico de guardia, me dieron el informe de que se había
               realizado una laringoscopia con determinadas complicaciones como san-
               grado, pero que al final el procedimiento había sido exitoso.
                  Pues bien, fui a visitar al paciente para revisar su estado general de
               salud, saber cómo estaba, etc. Se encontraba en muy buenas condiciones
               postquirúrgicas,  sin  dolor,  sin  dificultad  respiratoria,  no  había  tiraje  y
               tampoco sangrado a nivel de la osteomia. Terminado el pase de visita
               nocturno, al igual que los compañeros, yo esperaba una guardia tranquila
               dado que todos nos habíamos comportado de buena manera; como es
               la creencia médica que dictamina que el comportamiento tiene relación
               directa con la guardia que vendrá.

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