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AÑO RURAL: Mi experiencia como Médico



                  Me gradué como Médico en el año 2017 e ingresé a la rural ese mismo
               año.  “Las aventuras  rurales de  Cari” como  solía  llamarlas,  distaron
               mucho de las fotos glamurosas que solía tomar para las promociones de
               salud.

                  Estuve durante un año entero trabajando en un recinto rural, donde
               el usar moto era el medio de transporte del día a día. Excepto cuando
               llegaba la lluvia, ahí se alternaba con la canoa.
                  Descubrí en el trato diario con pacientes, lo grato que es poder ser
               parte de sus vidas durante una consulta médica y lo desafiante de ir a
               la comunidad, la realidad de tener que caminar una hora para llegar al
               Centro de Salud más cercano y el dolor de ver que no siempre se puede
               aliviar por completo las dolencias del cuerpo, pero sí confiar en que Dios
               se encargaría de aquellas del alma.
                  De las experiencias vividas tengo varias anécdotas, pero me quedo
               con unas cuantas que puedo destacar:
                  La primera vez que cierta paciente me visitó, asistió con su hijo de
               aproximadamente ocho años, por control médico para ambos. Al mes si-
               guiente llegó sola, y en el interrogatorio me confesó que ella nunca había
               podido tener hijos. Inquirí sobre ello, puesto que me había presentado a
               su hijo, a lo que respondió: “No Doctora, él no es mi hijo biológico, me
               lo regalaron.”
                  Con el corazón enternecido por el cariño que ella mostraba, y cono-
               ciendo que el campo, es un lugar donde “todos se conocen”, le aconsejé
               que cuando viera la edad prudente conversara con él al respecto. “Sí Doc-
               tora, yo ya le he dicho que él no nació de mi vientre, pero yo lo tuve con
               mi corazón.”
                  Todos los meses debía visitar pacientes crónicos o con discapacidad
               en la comunidad. Una vez tuve reasignación de sectores de atención, así
               que cuando un señor de mediana edad vino con su yegua “Princesa”, me
               sentí emocionada de poder ir a caballo hasta su casa.
                  Era una casa alta de madera, como lo eran casi todas las de la loca-
               lidad, rodeada de arrozales y árboles frutales. En la parte de arriba me
               esperaba su hermano, quien había tenido un accidente y permanecía en
               silla de ruedas desde hace varios años. Me llevé una sorpresa al ver allí
               también, a una mujer que había atendido previamente en mi consultorio,
               quien era su pareja, y que me brindó el mejor seco de pato que he comido
               hasta ahora. ¡Todo el mérito para ella! Recuerdo haberle dicho: “Señora,
               usted es diabética, hipertensa, tiene el colesterol por las nubes y siempre


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