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UN NIÑO CON ESPERANZA
Durante la residencia médica, en muchas ocasiones he sido testigo del
increíble poder de los milagros; de hecho, estoy segura de que sí existen.
Esta historia empieza en el lugar donde nacen los sueños, el hospital.
Allí conocí a Jimm, un niño de 8 años que cambió mi vida por completo;
cuando realicé la primera visita a su habitación, su expresión facial llamó
mi atención, y a pesar de su condición, mantenía su apariencia de feli-
cidad. Me conmovió.
Jimm tenía leucemia, sin embargo, a su corta edad asumía que todo
iría bien; de hecho, se comportaba como si no fuera un niño enfermo. Era
esa parte de la historia que muchos niños atraviesan, a causa del cáncer y
a menudo le repetí que admiraba la valentía de su corazón; sentía que yo
debía darle ánimo, pero en lugar de eso, él me inspiró a mí, con el mejor
regalo del mundo.
En su lucha constante pasó por numerosos tratamientos, que lo de-
jaban sin fuerzas para seguir. Ese día, durante la visita médica para eva-
luación, casi sin aliento, me dijo: “Yo también quiero ser doctor y curar a
todos niños, como usted me está curando, y que no les duela las piernitas
como me duelen a mí”. Era difícil mantenerme fuerte y dar una repuesta
sin soltar lágrimas. Paré un momento y me pregunté: ¿Cómo es posible
mantener la esperanza en medio de tal sufrimiento?, después de varios
minutos de silencio le dije que era el mejor regalo que me podía dar y que
él podía lograr ser lo que quisiera.
He visto a muchos pacientes durante mi carrera, pero puedo decir
que esas palabras jamás olvidaré; era evidente que ese pequeñito tenía el
poder de acercase a los demás y dejar una huella, un mensaje, un regalo.
Me di cuenta de que mis problemas eran, y son, mínimos al compa-
rarlos con los desafíos que enfrentan muchos niños con similares situa-
ciones. Para mí y muchos médicos, Jimm era un niño excepcional, que
enseñaba que la esperanza puede aparecer hasta en los momentos más
complicados, y que Dios sabe cuánto puede soportar nuestro corazón.
Después de varios días internado en el hospital, los médicos veíamos
en sus ojos, su esencia; cada quien da lo que tiene en el corazón y en su
caso, sacaba una sonrisa a cada persona que pasaba por su habitación. Un
día nos retó a que nos cortemos el cabello como él, y qué decir de esa vez,
cuando la maestra del hospital no lo encontró en su habitación porque no
quería recibir clases.
Recuerdo también cuando su madre comentaba que tocaba la armó-
nica, y le hacía mucha ilusión que le traigan su instrumento musical para
seguir practicando. Su deseo se hizo realidad y fue una alegría inmensa
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