Page 222 - Libro_Medicina_24_7
P. 222

UN NIÑO CON ESPERANZA



                                                                                                        Durante la residencia médica, en muchas ocasiones he sido testigo del
                                                                                                      increíble poder de los milagros; de hecho, estoy segura de que sí existen.
                                                                                                      Esta historia empieza en el lugar donde nacen los sueños, el hospital.
                                                                                                      Allí conocí a Jimm, un niño de 8 años que cambió mi vida por completo;
                                                                                                      cuando realicé la primera visita a su habitación, su expresión facial llamó
                                                                                                      mi atención, y a pesar de su condición, mantenía su apariencia de feli-
                                                                                                      cidad. Me conmovió.
                                                                                                        Jimm tenía leucemia, sin embargo, a su corta edad asumía que todo
                                                                                                      iría bien; de hecho, se comportaba como si no fuera un niño enfermo. Era
                                                                                                      esa parte de la historia que muchos niños atraviesan, a causa del cáncer y
                                                                                                      a menudo le repetí que admiraba la valentía de su corazón; sentía que yo
                                                                                                      debía darle ánimo, pero en lugar de eso, él me inspiró a mí, con el mejor
                                                                                                      regalo del mundo.

                                                                                                        En su lucha constante pasó por numerosos tratamientos, que lo de-
                                                                                                      jaban sin fuerzas para seguir. Ese día, durante la visita médica para eva-
                                                                                                      luación, casi sin aliento, me dijo: “Yo también quiero ser doctor y curar a
                                                                                                      todos niños, como usted me está curando, y que no les duela las piernitas
                                                                                                      como me duelen a mí”. Era difícil mantenerme fuerte y dar una repuesta
                                                                                                      sin soltar lágrimas. Paré un momento y me pregunté: ¿Cómo es posible
                                                                                                      mantener la esperanza en medio de tal sufrimiento?, después de varios
                                                                                                      minutos de silencio le dije que era el mejor regalo que me podía dar y que
                                                                                                      él podía lograr ser lo que quisiera.
                                                                                                        He visto a muchos pacientes durante mi carrera, pero puedo decir
                                                                                                      que esas palabras jamás olvidaré; era evidente que ese pequeñito tenía el
                                                                                                      poder de acercase a los demás y dejar una huella, un mensaje, un regalo.
                                                                                                        Me di cuenta de que mis problemas eran, y son, mínimos al compa-
                                                                                                      rarlos con los desafíos que enfrentan muchos niños con similares situa-
                                                                                                      ciones. Para mí y muchos médicos, Jimm era un niño excepcional, que
                                                                                                      enseñaba que la esperanza puede aparecer hasta en los momentos más
                                                                                                      complicados, y que Dios sabe cuánto puede soportar nuestro corazón.
                                                                                                        Después de varios días internado en el hospital, los médicos veíamos
                                                                                                      en sus ojos, su esencia; cada quien da lo que tiene en el corazón y en su
                                                                                                      caso, sacaba una sonrisa a cada persona que pasaba por su habitación. Un
                                                                                                      día nos retó a que nos cortemos el cabello como él, y qué decir de esa vez,
                                                                                                      cuando la maestra del hospital no lo encontró en su habitación porque no
                                                                                                      quería recibir clases.

                                                                                                        Recuerdo también cuando su madre comentaba que tocaba la armó-
                                                                                                      nica, y le hacía mucha ilusión que le traigan su instrumento musical para
                                                                                                      seguir practicando. Su deseo se hizo realidad y fue una alegría inmensa

                                                                                                      Regreso al Indice                                      223
   217   218   219   220   221   222   223   224   225   226   227