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También rememoro los fines de semana felices; es decir, aquellos li- ¿Coinciden conmigo?
bres en los que podía trasladarme a Cuenca los viernes, posguardia y
con ocho incómodas horas de viaje, para compartir con mi familia, abra-
zarlos, contarles cómo me iba en la aventura capitalina, y regresar el Autor: Md. Andrés Muñoz
domingo para continuar desde el lunes con las actividades. Algunos de
esos viajes presentaron inconvenientes en el retorno, relacionados con
problemas mecánicos del bus en el que viajaba. Una vez me correspondió
realizar transbordo en tres ocasiones, lo que produjo retraso en la hora
de llegada, y consecuente ingreso a las actividades; hoy es parte de la
anécdota.
Entre las mejores guardias estaban las de gineco-obstetricia, donde
diez internos, durante veinticuatro a treinta y seis horas, sin parar, aten-
díamos partos, colaborábamos en cesáreas, realizábamos interminables
ingresos, siempre precautelando el servicio entregado a las pacientes;
además, prestos a resolver de forma inmediata cualquier complicación
que podría presentarse, respaldados por los médicos de mayor jerarquía
dentro de la estructura organizacional.
La docencia empezaba a las 06h30 de la mañana; sin embargo, en al-
gunas madrugadas, desde las 02h00, recibíamos clase con los médicos de
posgrado, respecto a los temas que nos tocaba preparar, ya que teníamos
que aprovechar el tiempo de manera óptima para sacarle provecho hasta
el último segundo. El gran condimento general que tuvo ese año fue la
aprobación del Código Orgánico Integral Penal, lo que generó mucho
miedo al momento de ejercer, más aún cuando uno de los mejores tra-
tantes que teníamos fue sentenciado, de manera injusta a criterio per-
sonal, a un año de prisión por mala práctica médica. ¡Salimos a las calles
a protestar en su favor y defensa!
Fue una excelente escuela este cuartel médico, al que le guardo
enorme respeto. Hoy en mis tres años de vida profesional, dos de resi-
dente, he aplicado todo ese aprendizaje en las duras guardias del servicio
de oncología clínica, donde la responsabilidad es mayor, y las únicas
armas utilizables son el conocimiento, la sonrisa sincera y el abrazo ami-
gable para que los guerreros de la vida lleven de mejor manera su pade-
cimiento. Recibir de ellos las gracias es el impulso para seguir adelante,
luchando por el bienestar de nuestra población.
Creo que la estructura de la medicina, y su ejercicio, debe modificarse
en el país, de acuerdo con la verdadera realidad de lo que implica ser
médico. Estar regidos por el código integral penal y una justicia en la
que es difícil confiar, así como recibir salarios que no se equiparan a la
ardua labor realizada, y sin contar con seguro de salud pública durante las
últimas etapas de la formación, son enormes limitantes para el desarrollo
y progreso de esta profesión en territorio nacional; sin embargo, la voca-
ción está primero y es lo que nos mantiene firmes en el campo de acción.
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