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UNA RURAL DIFERENTE



                  Desde pequeña tuve la idea de estudiar psicología clínica dado que me
               emocionaba el hecho de descubrir la psique de las personas y, desde ahí,
               colaborar con su adaptación social. Con el paso del tiempo la perspectiva
               cambió, tanto que, al terminar el colegio, estaba decidida por medicina,
               dada la búsqueda total de la armonía entre cuerpo y mente.
                  Dentro de todas las experiencias, buenas y malas por la que pasé, una
               de las que marcó mi vida para siempre fue la rural, ya que fue distinta a
               la generalidad vivida por los colegas, al brindar atención en un centro de
               rehabilitación social. Desde la elección de la plaza imaginé a lo que iba;
               sin embargo, no fue sino hasta el primer día cuando sentí mucho temor,
               al ser una vivencia completamente nueva, y con el miedo sobre lo que
               podría encontrar al ingresar.
                  Al llegar, pasé la respectiva revisión habitual para entrar, proceso que
               es imposible eludir. En el interior, me presenté ante el director, quien
               me dio explicaciones generales, método de trabajo y demás; luego, en el
               lugar de trabajo, vi que el auxiliar de enfermería llevaba una bolsa llena
               de cosas, lo que me causó intriga respecto a su contenido, que no era
               nada más que la medicación dada a los pacientes crónicos atendidos en
               el turno anterior; claro, nada podía quedar en el consultorio. Es que el in-
               terior era impactante; de verdad, se necesita mucha fortaleza mental para
               adaptarse a tan estresante ambiente laboral. En este punto considero tras-
               cendente indicar que a la gente que allí se encuentra, hombres y mujeres,
               se la conoce como “personas privadas de la libertad”, a quienes llamaré
               PPL de ahora en adelante.

                  Cuando atendí al primer paciente sudaba, pese a mis manos frías, y
               me trabé al momento de hacer las preguntas para conocer su caso; como
               es obvio, cumplí un proceso de aprendizaje y en el tiempo la forma de
               atenderlos fue cambiando;  además, reconocí que muchos de ellos no
               siempre acudían por alguna enfermedad, sino buscando ser escuchados
               y compartir sus sentimientos, por eso me sentí, tanto satisfecha cada vez
               que a alguno pude recuperarlo de su dolencia o causarle una sonrisa,
               como frustrada cuando no lo conseguía, dentro de las limitaciones y di-
               fíciles circunstancias que el lugar presentaba. Cada uno de ellos era un
               mundo diferente, una revelación.
                  Además, el porcentaje de PPL con enfermedades crónicas es alto, lo
               cual complicaba el escenario general, dada la poca adherencia a medi-
               camentos, con malos hábitos alimenticios, y deficiente preparación fí-
               sica o práctica de ejercicio; por lo tanto, varios necesitaban control con
               expertos. Por tales motivos, conformamos una brigada de salud dentro
               del centro, apoyada en especialistas de diferentes áreas como medicina

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