Page 127 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
P. 127
aterrorizante, como si estuviera hablando un
muerto, y su olor a cadáver era espantoso.
Rodeándole el cuello con fuerza, la puso de pie y
la obligó a caminar por los corredores del
camposanto. Para esquivar a uno que otro
visitante solitario, el hombre la hizo detenerse,
tirarse al suelo, entrar y salir de varios panteones,
mientras ella lloraba bajito y le rogaba que la
dejara ir. Por favor, quédese con mi bolso y mi
celular, le decía, pero déjeme ir.
Llegaron hasta uno de los mausoleos más
antiguos, casi en ruinas, en donde una gran puerta
de hierro forjado, toda oxidada, daba la impresión
de que no se abría por años, pero cedió solo con
empujarla. Ya en el interior, el hombre la hizo
descender a empellones al subterráneo por una
escalinata de madera astillosa. Abajo, la atmósfera
era sofocante. En la penumbra, en medio de una
fetidez irrespirable —el mismo olor a cadáver
rancio de su atacante, solo que más denso—, la
joven vio hileras de ataúdes a ambos lados,
algunos deshechos y con los despojos mortales a
la vista. En la losa del piso, entre basuras,
escombros y arañas gordas, había un
9

