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grande y más fuerte que la traición de las Tribus Aliadas. Su esencia no se pierde, ni
                  puede desaparecer. La imagen de los Maestros Antiguos no puede extinguirse, ni si
                  quiera en mil años, nunca.
                  La traición de las Tribus Aliadas puso en peligro la vida de los Ugha Mongulala.
                  Para confundir a las superiores fuer zas del enemigo, Akakor se valió de la astucia.
                  Escogidos guerreros disfrazados con las pinturas de guerra de las tribus rebeldes
                  atacaron los puestos de avanzada de los Blancos Bárbaros, mataron a los
                  enemigos y dejaron tras si señales de las tribus desertoras. Los Blancos Bárbaros
                  se vengaron cruelmente de lo que ellos tomaron por ataques de sus aliadas.
                  Pronto estallaría una grande y confusa guerra entre los Blancos Bárbaros, las
                  tribus que habían desertado de Akakor. los pueblos salvajes y los Ugha Mongulala.
                  La Tribu de los Caminantes sufrió las mayores pérdidas. Casi todo su pueblo reci-
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                  bió una muerte cruel. La Tribu de los Cazadores de Tapires huyó a las montañas
                  situadas al norte del Gran Río. La Tribu de la Gloria que Crece no tuvo otra opción
                  que la de someterse al imperio de Akakor.
                  Terrible fue el destino de los rebeldes. Sus rostros y sus cuerpos, sus auténticas
                  almas, estaban rojos de sangre. Sus sombras vagaban sin descanso por la tierra.
                  Sufrieron todo tipo de tribulaciones. Fueron muertos. A ninguno le fue perdonada la
                  vida. El castigo por su falsedad fue su muerte. Tenían corazones falsos, blancos y
                  negros al mismo tiempo. Y pagaron su traición con la muerte.
                  La decadencia definitiva de mi pueblo comenzó con la deserción de las Tribus
                  Aliadas. Como un ejército de hormigas, los Blancos Bárbaros avanzaban cada vez
                  más. Si caían cien, a éstos les seguían otros mil. Construyeron ciudades y pobla-
                  dos y establecieron su propio imperio en las zonas bajas del Gran Río. Estaba
                  emergiendo un nuevo orden, que excluía al pueblo de los Servidores Escogidos y
                  rechazaba el legado de los Dioses. Comenzó una época de oscuridad en la que
                  sólo podía oírse el terrible sonido del aletear de los vampiros y del ulular de los
                  búhos. Pero antes de que las tinieblas cayeran sobre las fronteras de Akakor.
                  descendieron sobre los Akahim. la nación hermana de los Ugha Mongulala.
                  La lucha de los Akahim
                  Desde los tiempos de Lhasa. el Hijo Elegido de los Dioses. Akakor v Akahim. la ciudad
                  hermana de las montañas de Pa-
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                  rima, habían sido aliadas. Durante miles de años, los Ugha Mongulala y el pueblo
                  de los Akahim intercambiaron presentes. Las embajadas visitaron regularmente las
                  cortes respectivas. Sus guerreros lucharon unidos contra tribus hostiles.
                  Únicamente la llegada de los godos en el duodécimo milenio trajo algo de tensión
                  a estas fraternales relaciones. Los Akahim temían a las terribles armas de hierro y
                  pensaron que los Ugha Mongulala deseaban someterlos. Akahim interrumpió
                  prácticamente todas las relaciones. Los exploradores de los dos imperios se
                  encontraban muy de vez en cuando para Ínter cambiar presentes y sacrificios y
                  reafirmar la amistad y la paz. La llegada de los Blancos Bárbaros a la
                  desembocadura del Gran Río produjo un cambio decisivo en el destino de los
                  Akahim. Las Tribus Aliadas revelaron la existencia de su imperio a los guerreros
                  extranjeros. Éstos prepararon naves y salieron en busca de la misteriosa ciudad.
                  Los Akahim se veían enfrentados al mismo dilema que los Ugha Mongulala habían
                  tenido que resolverá ochenta años antes cuando el imperio de los incas se
                  derrumbó: o luchar contra los Blancos Bárbaros o retirarse hacia el interior de las
                  montañas de Parima. Para evitar una guerra sangrienta, el consejo supremo
                  decidió la retirada. Mas cuando los 130 ancianos daban la orden para la paz,
                  ocurrió un hecho inesperado: las mujeres se opusieron a esta decisión,
                  destronaron al consejo supremo y asumieron el poder por sí mismas. Bajo la
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