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EL MAESTRO ENOCH Y SU ENSEÑANZA
             El primer Maestro del mundo entero fue Enoch, un descendiente de Adán (porque Adán
          fue el primer hombre), y lo llaman el primer hombre de la misma manera como podríamos
          decir hoy que Armstrong es el primer hombre de la Era espacial, ya que fue el primero que
          puso pie en la luna. Eso lo dirá la gente en el futuro: que Armstrong fue el primer hombre,
          porque  si  hubiera  habitantes  en  la  luna  para  ellos  lo  sería.  Y por eso es Adán el primer
          hombre  de  la  civilización  con  razón  llamada  adámica.  Enoch  fue  un  descendiente  de  él;
          vivió trescientos años; era el padre de Matusalén, quien vivió novecientos años; pero Enoch
          no  murió;  ascendió  tal  como  lo  hizo  el  Maestro  Jesús.  Eso  es  una  prueba  de  un  gran
          adelanto y de iluminación. Enoch fue, pues, el Primer Maestro de nuestra civilización y un
          hombre  sumamente  notable  y  grande  en  un  mundo  como  aquél,  en  el  cual  no  había  ni
          correos, ni periódicos, ni radio, ni televisión, es decir, no había comunicaciones de ninguna
          clase. La enseñanza de ese hombre se esparció por todo el mundo de entonces, y en cada
          país lo llamaban según el idioma que se hablaba. En Egipto, Thot, el dios Thot; algunos lo
          llamaban  el  Escriba  de  los  dioses;  y  en  Grecia  lo  llamaban  Hermes,  Hermes  Trimegisto,
          Tres  Veces  Grande;  en  Egipto  a  Thot  lo  llamaban  Dos  Veces  Grande  y  en  Fenicia  lo
          llamaban Cadmus, Cinco Veces Grande; cada país se lo quería apropiar, lo quería para sí
          porque aquél era un hombre tan grande que sabía de todo y dejó enseñanza sobre todo;
          escribió en aquella época, cuando no había libros ni nada de eso, cuarenta y dos libros;
          pero,  además,  fue  el  autor  de  cuanto  se  puede  imaginar:  Cosmogonía,  Cosmografía,
          Geometría —así llamaban entonces a la matemática—, Geografía Celeste, la Kábala y el
          Tarot. Todo eso lo escribió Enoch; pero él era judío y allí empezó la lucha contra los judíos.
          Porque todo el mundo quería apropiarse a Enoch y decían que les pertenecía. Los egipcios
          decían  que  no,  que  era  Thot y era un dios egipcio; y los griegos decían que se llamaba
          Hermes Trimegisto y, por lo tanto, griego. Pero, en realidad, era judío: era Enoch, de raza
          judía. Eso no se lo podía perdonar nadie.
             Con  el  pasar  del  tiempo  lo  perdonaron  menos;  le  tenían  odio,  una  rabia  tremenda
          porque era un hombre muy grande. Y pensaban ellos: "¿Cómo es posible que sea de esa
          raza un hombre tan grande, alguien tan notable?" Eso no lo querían perdonar, pero tuvieron
          que "tragarlo" porque era Enoch el Grande. Caín tuvo un hijo, pero no fue quien se dice.
          Fue Enoch el Grande. Es bueno recordar que a partir de la sexta generación, después de
          Adán, se creó la Universidad de Heliópolis. Allí se educaron Moisés y el Sacerdocio egipcio;
          pero lo más importante residía en que allí se aprendían todas las enseñanzas de Enoch y,
          tiempo  después,  al  fundarse  la  Secta  Esenia,  estas  enseñanzas  continuaron  transmi-
          tiéndose. Por otra parte, en el siglo IV después de la venida de Jesucristo, empezaron a
          tratar de desligar al Maestro Jesucristo de su origen judío. Primero le decían que era galileo,
          después  que  era  gentil;  en  fin,  trataron  de  desligarlo  de  su  origen  judío  y  la  enseñanza
          cristiana querían hacerla parecer como que no venía de Enoch por ser judío. El odio de la
          raza y de la persecución. La Iglesia de ese entonces hizo quemar todo, absolutamente todo,
          lo que contuviera las enseñanzas de Enoch, o de Hermes, Cadmus o Thot porque se sabía
          que  eran  una  misma  persona.  Con  el  correr  de  los  siglos,  la  persecución  se  hizo  tan
          horrorosa que no se podía mencionar a Enoch. Hubo grandes controversias cada vez que
          se le nombraba. Una vez apareció una copia de un libro.  El libro de Enoch en Abisinia, y
          otra copia en Etiopía. Esas copias fueron a parar a Rusia —la de Abisinia— y la de Etiopía
          a  Inglaterra.  Naturalmente,  el  libro  se  guardaba  bajo  siete  candados  y  se  depositaba  en
          pozos  profundos;  no  podían  ser  vistos  por  nadie;  era  cosa  prohibida.  La  copia  de  Rusia
          desapareció, no hemos sabido nunca nada de ella; sin embargo, la copia de Inglaterra se
          halla en la Abadía de Westminster y aunque muy pocos podían llegar a examinarla, hubo un
          Obispo  anglicano  que  sí  la  leyó  e  hizo  el  descubrimiento  SENSACIONAL  que  les  digo.
          Inmediatamente llevó a cabo la traducción que pudo porque lo que descubrió —y todos mis
          discípulos saben lo que digo— es el Principio del Mentalismo. De inmediato, se fundó en
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