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1583 II Corintios 3. 10–4. 10
en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue 10
glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la
gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mu- 11
cho más glorioso será lo que permanece. Así que, teniendo tal 12
esperanza, usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, 13
que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel
no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido.
Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día 14
de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo
no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el 15
día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el
corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo 16
se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Es- 17
píritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, 18
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor.
Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la mise- 4
ricordia que hemos recibido, no desmayamos. Antes bien re- 2
nunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia,
ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de
la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante
de Dios. Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre 3
los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de 4
este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no
les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el
cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a noso- 5
tros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como
vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó 6
que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció
en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de
la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este 7
tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea
de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, 8
mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perse- 9
guidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de 10
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nues-