Page 81 - Confesiones de un ganster economico
P. 81

elclubdelsoftware.blogspot.com



                         motivos tanto como de los de todas las personas que me rodeaban. Me parecía
                         que ni las licenciaturas ni otros títulos más sonoros calificaban a nadie para
                         comprender la condición lamentable de un leproso que vive al lado de una
                         cloaca en Yakarta; y dudaba de que la habilidad para manipular estadísticas
                         implicase ninguna capacidad para ver el futuro. Cuanto más conocía a las
                         personas responsables de las decisiones que determinaban la marcha del
                         mundo, más crecía mi escepticismo en cuanto a su capacidad y sus intenciones.
                         Y cuando los veía cerca de mí, sentados a las mesas de reunión, me costaba un
                         gran esfuerzo disimular mi cólera.
                            Con el tiempo, no obstante, también esta manera de ver las cosas cambió.
                         Pude comprender que la mayoría de aquellos hombres se hallaban convencidos
                         de estar haciendo lo bueno y lo justo. Lo mismo que Charlie, creían que el
                         comunismo y el terrorismo eran fuerzas del Mal, no las previsibles reacciones
                         frente a decisiones tomadas por ellos mismos o por sus antecesores. Y se
                         consideraban en el deber de conseguir la conversión de todo el planeta al
                         capitalismo, por obligación ante sus países, ante sus hijos y nietos y ante Dios.
                         Además creían en el principio de la supervivencia de los más aptos: ya que
                         ellos habían tenido la buena suerte de nacer en el seno de una clase
                         privilegiada, y no en una barraca de cartones, debían transmitir esa herencia a
                         sus descendientes.
                            Yo dudaba de considerar a tales personas verdaderos conspiradores o
                         simplemente miembros de una cofradía que maquinaba el propósito de
                         dominar el mundo. Más tarde me dio por compararlos con los amos de las
                         plantaciones sureñas de antes de la guerra civil. Serían, por consiguiente, unos
                         hombres unidos por unas creencias comunes y unos intereses compartidos, sin
                         necesidad de presuponer ningún grupo exclusivo que se reuniese en recónditas
                         madrigueras para tramar sus siniestros planes. Esos latifundistas autócratas
                         habían crecido rodeados de sirvientas y de esclavos, y se les había educado en
                         la creencia de que tenían derecho a ello por nacimiento. E incluso se creían
                         obligados a hacerse responsables de los «paganos» y convertirlos a la religión
                         y al modo de vida de los amos. Aunque aborreciesen la esclavitud desde el
                         punto de vista filosófico, siguiendo a Thomas Jefferson podían justificarla como
                         necesidad, cuyo desmoronamiento habría desencadenado el caos económico y
                         social. Los dirigentes de las oligarquías modernas, o lo que yo empezaba a
                         llamar la corporatocracia, parecían encajar en ese molde.
                            Al mismo tiempo empezaba a plantearme quién se beneficia con la guerra y
                         la producción en masa de armamento, la construcción de






















                                                           81
   76   77   78   79   80   81   82   83   84   85   86