Page 82 - Confesiones de un ganster economico
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grandes presas y la destrucción del medio ambiente y de las culturas indígenas. ¿A
quién beneficia la muerte de cientos de miles de seres humanos por inanición, por
beber aguas contaminadas, por enfermedades curables en otras latitudes?, me
preguntaba. Poco a poco fui comprendiendo que, a la larga, eso no beneficia a
nadie pero, a corto plazo, sí parecía beneficiar a los que ocupaban la cúspide de la
pirámide, como mis jefes y yo. Al menos materialmente.
Pero esto planteaba otras muchas preguntas. ¿Por qué persiste tal situación?
¿Por qué ha sido tolerada tanto tiempo? ¿Reside la respuesta simplemente en el
viejo principio de «la razón de la fuerza»? ¿Los que tienen el poder perpetúan el
sistema?
Aducir que la situación se apoyaba en el mero uso de la fuerza no me parecía
suficiente. Aunque la proposición de que los fuertes se alzan con la razón explica
muchas cosas, yo intuía la presencia de otro factor más decisivo. Recordé a un
profesor de teoría económica de mis tiempos en la EADE, hombre oriundo del norte
de la India que solía tratar los temas de la limitación de recursos, la necesidad
humana del progreso y los orígenes del esclavismo como sistema. Según aquel
profesor, todos los sistemas capitalistas que han tenido éxito se han basado en
jerarquías con una cadena de mando rígida, en donde un grupo reducido controlaba
desde la cumbre los estratos sucesivos de subordinados, hasta llegar a la gran masa
de los trabajadores, mano de obra cautiva en el sentido económico del término.
Finalmente, llegué a la conclusión de que apoyamos este sistema porque la
corporatocracia nos ha convencido de que Dios nos otorga el derecho a situar a
algunos de los nuestros en la cima de esa pirámide capitalista y a exportar nuestro
sistema al resto del mundo.
No hemos sido los primeros, por supuesto. La lista de los antecedentes se
retrotrae a los antiguos imperios del norte de África, de Oriente Próximo y de Asia;
y continúa con los persas, los griegos, los romanos, los cruzados cristianos y todos
los europeos constructores de imperios de la época poscolombina. Ese afán
imperialista fue y continúa siendo la causa de buena parte de las guerras, la
contaminación, las hambrunas, la desaparición de especies y los genocidios. Y,
desde siempre, ha cobrado un severo tributo a la conciencia y al bienestar de los
ciudadanos, ha contribuido al malestar social y ha dado lugar a una situación en la
que las culturas más prósperas de la historia de la humanidad se hallan afectadas
por los índices más elevados de suicidios, toxicomanías y delitos violentos.
Sobre estas cuestiones reflexionaba asiduamente, pero procurando
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