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LA LECCIÓN QUE APRENDÍ DE
                                    HERNÁNDEZ



                                            Por: Md. Jorge Luis Ramos Martínez
                  Es complicado explicar. Son múltiples las formas en las que la pan-
               demia que atravesamos ha afectado nuestras vidas. No es la primera vez
               que la humanidad se enfrenta a una crisis de este tipo, y no será la última
               que logre superar. Sin embargo, sabemos que las huellas que dejará serán
               grandes. Creo que hablo por la mayoría del personal de salud, al decir que
               jamás pensamos que viviríamos esta guerra.
                  Tal  vez  habíamos  leído  en algún  libro  de  historia  de la  medicina,
               acerca de las experiencias de nuestros colegas de épocas pasadas; pero
               siempre lo vimos como algo lejano.
                  Desde el inicio de esta crisis, los días se fueron tornando más largos.
               Algunos en particular se nos han quedado marcados. Recuerdo un día del
               mes de junio del 2020. Me dirigía hacia el hospital en el que trabajo, el
               cual se convirtió en una unidad de atención únicamente para pacientes
               con infección confirmada o sospechosa por SARS-Cov-2.
                  Las calles no presentaban los congestionamientos habituales, el toque
               de queda regía en todo el país y las estaciones de radio se concentraban
               en la crítica situación que enfrentábamos. Los casos seguían incremen-
               tándose con el pasar de las horas y saturaban cada vez más el sistema de
               salud. El tema era ya casi monótono: la población no cumplía con las me-
               didas instauradas y el contagio se esparcía a una velocidad vertiginosa.
                  Al llegar, recuerdo haber escuchado a mis compañeros  acerca  de
               lo complicado y cansado que estuvo su turno. El paciente Hernández
               (nombre protegido), que se encontraba en estado grave, empeoraba cada
               vez más, a pesar de que no tenía comorbilidades como diabetes, enfer-
               medades cardiovasculares o pulmonares. La infección siguió avanzando
               durante la noche y al amanecer el cuadro era desfavorable.
                  Desafortunadamente,  todas las Unidades de Cuidados Intensivos
               (UCI´s) habían ya superado su capacidad máxima; un escenario que era
               similar en todos los hospitales del país y, por lo tanto, debíamos esperar
               para que el paciente sea trasladado a una de estas áreas críticas.
                  Antes, la rutina hospitalaria consistía en la entrega de guardia, el pase
               de visita, los procedimientos, la presentación de casos clínicos, las re-
               uniones de servicios, pero ahora todo se trastocaba en nuestras activi-
               dades. Las cosas eran diferentes. La aglomeración de pacientes hacía que
               no exista mayor tiempo para atender cada caso. Las labores docentes se
               habían reducido y ya casi no había espacio para el comentario entre los


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