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la sala. Poco a poco el ambiente se fue llenando de una melodía que
               provenía del teléfono de Hernández. Él había solicitado a una de las en-
               fermeras que ponga en su celular su canción favorita. En todo el lugar se
               escuchaba claramente la voz inconfundible de Julio Jaramillo que, acom-
               pañado de un maravilloso requinto, interpretaba “Nuestro Juramento”,
               grabando ese momento y un “no puedo verte triste” en lo más profundo
               de nuestras memorias.

                  El tiempo  se hizo más lento,  hasta que una llamada  lo aceleró  de
               nuevo. Existía una cama disponible en terapia intensiva y el paciente
               Hernández había sido admitido. Rápidamente todo el personal empezó a
               preparar su traslado, pero en sus ojos se veía preocupación. Sabía que al
               llegar al área de cuidados críticos sería intubado, así que nos pidió unos
               minutos para poder hablar con su familia.

                  Una vez que terminó la llamada, me entregó el celular. “Sé que esta
               fue la última vez que los escucho, y aunque tengo la certeza de que no
               voy a ver un nuevo día, continuaré”, me dijo con voz tenue. Él sabía que
               su traslado a la UCI era un último recurso para tratarlo, pero aún tenía
               ánimo para luchar. Una vez que llegamos al área, el personal lo recibió y
               procedió a llevarlo al interior de la sala. Mientras las puertas se cerraban
               me miró y levantó lo más alto que pudo su pulgar derecho.
                  Amaneció  y nuestro turno había  culminado.  El tiempo  que en un
               inicio parecía eterno se convirtió en un abrir y cerrar de ojos, y aunque los
               días transcurrieron, mi mente quedó atrapada en esos últimos momentos
               del paciente Hernández. Una rueda de imágenes giraba constantemente
               en mi memoria y me mostraba la fuerza y determinación que somos ca-
               paces de alcanzar, aunque todo esté en nuestra contra. Cuando pienso
               en esta historia quisiera poder recordarla de otra forma y decir que todo
               salió bien; sin embargo, tras una semana de lucha, el paciente Hernández
               falleció.
                  Ese día entendí varias cosas. Este virus ha dejado al descubierto lo
               vulnerables que somos; pero esta fragilidad no es necesariamente una
               debilidad, es parte fundamental de nuestra humanidad, que nos permite
               tener una perspectiva totalmente distinta de nuestras vidas. De esta ma-
               nera, logramos atesorar cada recuerdo y momento vivido; entendemos
               que todavía  queda mucho más por sentir, ver, oír, compartir, amar y
               aprender.












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