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ponsabilidad de cada uno de los ciudadanos, que han aplicado de buena
            manera todas las recomendaciones realizadas, sobre el uso de mascarilla,
            lavado de manos y distanciamiento social, especialmente. Jamás estu-
            vimos cerca de que suceda lo que pasó en las ciudades principales del
            territorio nacional, cuyos casos han sido conocidos a nivel mundial.

               Sí sucedió que en cinco meses de pandemia al momento de escribir
            estas líneas – agosto 2020 – mi compañera de trabajo sí dio positivo
            para Covid-19, ante lo cual profundicé en las medidas de bioseguridad
            tomadas, tanto en lo personal, como para el centro de salud, tanto que he
            salido negativo a las pruebas que me he realizado, pese a haber compar-
            tido con ella gran parte del día en la jornada laboral, el mismo vehículo
            para transportarnos, etc. Y esta es otra de las grandes enseñanzas de este
            evento que nos ha tocado vivir: la disciplina es fundamental para evitar
            contagio de cualquier enfermedad, no solamente de este novel virus, lo
            cual me ha llevado a reflexionar que, si fuéramos disciplinados, como
            sociedad, en varios de sus ámbitos y cotidianidad, muy seguramente el
            presente sería distinto y estuviéramos hablando de un país distinto. Ese
            es tema para otro tipo de publicación, pero qué lindo sería vivir en una
            sociedad ordenada, que acata las órdenes de las autoridades, de salud en
            este caso, con todo rigor y no pensando en que “no ha de pasar nada”.
               Lo anecdótico es que siempre creímos que yo como médico sería el
            primero en contagiarme de Covid-19, cosa que no ha sucedido. De hecho,
            ante la posibilidad de que esto sucediera con cualquiera de los tres, como
            sucedió, nos hicimos la firme promesa de no enojarnos entre nosotros y
            que, si alguno lo padecía, brindaríamos todo el soporte posible para salir
            adelante, en lo personal y para evitar el contagio a los demás.
               Sin embargo, sí tuve cerca al virus, puesto que mi padre perdió la vida
            como consecuencia de haberse infectado. El dolor de no poder acompa-
            ñarlo en su momento, dadas todas las restricciones de movilidad vigentes
            a la época, me marcó muy profundo mi alma, mi ser. Ha sido una mezcla
            de sentimientos como dolor y tristeza, con la motivación de ser mejor
            cada día, sirviendo a mucha gente a través de la profesión, para que él
            se sienta orgulloso allá en el cielo, como cuando vivió. Sí, esta historia
            se repitió en un sinnúmero de casos, entre compañeros y amigos, cuyos
            padres o partieron al infinito o se recuperaron.

               En la actualidad – septiembre 2020 – estoy listo para enfrentar, ar-
            mado de conocimientos y destrezas, todo lo que la medicina me ponga
            por delante y he aprendido a identificar lo mejor de cada situación, por
            dolorosa que sea, porque eso me hace crecer. A mi padre, en el cielo, de-
            dico estas líneas ya que es la estrella más brillante del firmamento y desde
            allí me guía, acompaña y da valor.



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