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trumentación quirúrgica, entonces el desafío me permitiría adquirir co-
            nocimiento y desarrollar habilidades que me convertirían en una mejor
            profesional, más capacitada, con vasta experiencia; por lo tanto, previa
            notificación a quien sería mi jefe, me presenté al servicio un día antes del
            primer turno, con el fin de orientarme, reconocer el sitio y a su personal,
            para tener claro el panorama.
               Fui recibida con amabilidad, tanto por la jefa de enfermería como
            por los nuevos compañeros. Estoy segura de que, aunque no podía ver
            sus sonrisas detrás del tapabocas, sus ojos me las mostraron, gesto al
            que correspondí aliviada, sabiendo que el ambiente en el que iba a des-
            envolverme sería acogedor. Recibí la orientación necesaria, de inicio a
            fin, sobre el manejo de pacientes con respiración asistida, y el registro
            de datos en la hoja de bitácora la que, hasta ese día, sólo vi una vez en la
            etapa estudiantil.
               Con estos antecedentes, mi primer turno sería la noche siguiente. Los
            nervios aparecieron dado que las actividades por cumplir eran distintas
            a las que había desempeñado de manera acostumbrada. ¡No sería fácil!
            Pero ese era el reto, tal cual. Llegado el momento, junto a una compañera
            recibimos el turno como sucede siempre, y a trabajar, velando por dos
            pacientes neurológicos que estaban en la sala correspondiente. Ella, con
            más experiencia, me asignó las tareas para la jornada con la explicación
            de las actividades relacionadas, con el fin de que todo suceda de manera
            óptima. El resto del equipo estaba asignado a la Unidad de Cuidados In-
            tensivos para pacientes con Covid-19, en otro piso.

               Transcurría el tiempo sin sobresaltos, hasta que una llamada telefó-
            nica nos interrumpió. Mientas ella contestaba, yo preparaba la medica-
            ción de las ocho de la noche para los pacientes. De golpe, silencio sepul-
            cral, fin del contacto; se me acercó, respiró, y notificó que recibiríamos a
            dos pacientes positivos para la nueva enfermedad, porque en la otra sala
            se habían terminado las camas disponibles. Eso nos obligaba a trasladar
            a nuestros pacientes a otra habitación, para no exponerlos al riego de
            contagio, situación que resolvimos sin inconveniente. Dicho esto, ella se
            encargaría de preparar los ventiladores y recibir a los nuevos visitantes;
            sin embargo, me notificó que yo estaría a cargo de los otros dos pacientes
            toda la noche.

               La noticia me dejó sin palabras, pues nunca había atendido a pacientes
            en estado tan crítico, con respiración asistida, entonces una mezcla de
            inseguridad, susto, nervios e impotencia ante tal encargo se apoderó de
            mí. No sabía bien qué haría durante el turno, mucho menos cómo lle-
            garía a la mañana siguiente. Pensaba muchas cosas mientras trasladá-
            bamos a los pacientes junto con los ventiladores, medicación, equipos e
            insumos; sentía que el peso del mundo entero se posaba sobre mi cabeza
            y hombros.
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